lunes, 23 de febrero de 2015

"Birdman", o la primera persona del plural


Por M.S.

A la película Birdman habría que darle el premio al reflejo de la degeneración de las generaciones,
habría que otorgarle un galardón por todos los que no fueron dados antes, habría que sacrificarla poniéndola en lo más alto de la pica de Flandes como reconocimiento de los errores que ha cometido la industria del cine para que esta película llegase, en la actualidad, a tener su razón de ser.

Como su propio título reza, Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) es una oda a esa moda en la que "el no saber" ha pasado de ser un deleznable defecto a una consentida virtud, una oda a los últimos tiempos en los que un compendio de generaciones ha ido, progresivamente, abandonando la crítica y la reflexión, para, regresivamente, caer en manos de un consumismo cínico en el que es más "cool" leer a autores que citan a Hemingway, diciéndonos todo lo que sobre él debemos saber y pensar, que leer al propio autor.

Birdman es una película que hay que ver, manosear, escuchar, oler, y en última instancia tragar, porque en ella hay mucho que tragar; es una película para volar, alto, muy alto, y al final dejarse caer sin miedo y sin red, al fin y al final ella misma confunde magia y realidad.
Al igual que sus protagonistas, un soberbio Michael Keaton y un contestatario Edward Norton, nos hemos convertido, sin querer o quizás simplemente sin saber, en una generación incapaz de asumir el fracaso de sus propias decisiones vitales. De las licencias literarias que a veces nos tomamos en nombre de la verdad es de lo que nos habla; en un sublime ejercicio cinematográfico el guión es capaz de concentrar una de sus lecciones más importantes: el más borracho no es el que mejor narra sus resacas sino aquel que logra alcanzar la bajeza de perder la cuenta de lo que ha bebido para poner a nuestro servicio la deuda que le genera lo que ya bebió.

En algún momento de la película resulta inevitable, por lo menos para quien escribe, recordar una escena de El indomable Will Hunting en la que Robin Williams le recrimina al problemático Matt Damon que aunque sabe mucho de Miguel Ángel, sobre sus trabajos, sus aspiraciones políticas, incluso sobre sus preferencias sexuales, no puede decirle a qué huele la Capilla Sixtina ya que nunca ha estado allí, ni ha visto ese hermoso techo. Y es así como nos enfrentamos a la verdad que nos asedia, como jóvenes presuntuosos que citan y recitan lo que otros ya han dicho, memorizando nombres, datos, lugares y  olvidándonos de experimentar más que de contar, de sentir más que de saber, en resumidas cuentas y con mucho cuento: olvidándonos de vivir.

Birdman nos habla a nosotros, a esa generación que lejos de estar perdida, lo que está es, de pronto, vendida, una generación de falsos suicidas que juegan, sin importar cuánto destruyen, a apurar sus vidas por miedo a que se conviertan en la de los demás, una generación que busca la oportunidad de triunfar sin dejarse la piel por no querer rasgarse las vestiduras, una generación, en definitiva, que tampoco dista mucho de todas las demás porque, como afirmaba Gómez de la Serna, "es difícil determinar cuando acaba una generación y comienza otra", él sostenía que "más o menos a las nueve de la noche".

Con el ritmo que marca el ir encadenando en un texto anáforas lingüísticas, representamos, una y otra vez, el papel de unos personajes que permiten que la elección de sus propios rituales se convierta en el consumo de los gustos de alguien ajeno. Y del sonido de esa extraña melodía, de la repetición filosófica, una y otra vez, establecemos como válidos unos patrones que nos igualan al resto pero de los que renegamos creyéndonos diferentes a los demás. Cualquiera diría que solo nos limitamos a deambular entre las múltiples posibilidades que nos otorga una libertad que, sin contraprestaciones, nos han regalado y con la que, sin contemplaciones, no sabemos qué hacer.


Seguramente el peor castigo que ha podido imponerle la Academia a Birdman es reconocerla; condenarla al éxito de sus premios es en cierta medida cargarla del fracaso del que la van acusar aquellos que no la sepan admirar. Quizás uno de los principales rasgos de esta película sea la capacidad que tiene la historia para adelantarse a su tiempo adentrándose en nuestros egos y nosotros, esa primera y maldita primera persona del plural, parece que aún no estamos preparados para querernos mirar.


No hay comentarios:

El Correo Gallego - Santiago - Titulares

EL PAÍS - Titulares - Galicia

TVG - Informativos - Titulares

Páginas más vistas en la última semana

Cartelera de Santiago (destacados)

Cartelera de Cine en Santiago

Cartelera de Cine en Santiago
Pulse para acceder