viernes, 22 de mayo de 2015

Elogio del 'indeciso'


Por Iván Robledo*

“El indeciso es escarcha/cerrada y pobre…"

Es el indeciso el último demonio de la democracia, el único que sabe por qué vota. O que conoce la razón para dejar de hacerlo. Es la última pieza que se esconde de un puzzle que nunca es el suyo. Es un estigma, un anatemizado al que se persigue con la estaca de la encuesta en mano, el indeciso es el único que conoce la razón de su voto o de su silencio. Es la sal de la democracia, su razón de ser, el último libre al que se debe aherrojar. Lo llaman indeciso como en un insulto, un menosprecio a su integridad, se le denosta para que cargue con un nombre, indeciso, extraído de roñosos de auto de fe. Indeciso es palabra imperfecta, como lo es el todo, como lo es el ser, lo es Gulliver o el enamorarse, palabras que se emplean para definir todo aquello que algo o alguien no es porque solo él le da sentido al vivirla.  El indeciso no es carnaza de encuesta, guarda su voto, lo defiende con uñas y dientes, sagrado no es el voto, es él, y solo él parece comprenderlo, defendiendo su voto pluma por pluma. El indeciso mira, calla y sonríe socarrón al convencido, sabe el indeciso que puede equivocarse pero no podrán engañarlo, y en ese convencimiento de su falibilidad vota, o no. Sensible, siente vergüenza de aquellos que en su soberbia votarán sin importarles que puedan engañarles porque votan a quienes a su vez votarían por ellos, el convencido es un ser ciego seguro de no equivocarse, renuncia a errar por una convicción ignorando, es su sino, que solo las personas libres pueden equivocarse. El indeciso siente esa vergüenza pero más aún siente asco de quienes menosprecian a quienes votan distinto, de aquellos capaces de chapotear en el fango de sus miserias recriminando a otros el que hayan votado allá o acullá. El indeciso sabe que puede equivocarse al votar, por eso nunca podrán engañarlo. Y en ese saber vota libre, y en esa libertad es odiado por quienes están seguros de su voto. Al indeciso no se le quiere convencer, sino someter. Porque da miedo que pueda elegir.

“…Vuela indeciso en la doble/ luna del pecho.
Él, triste de cebolla/ Tú, satisfecho.

No te derrumbes/ No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre”.
                                                                                 Miguel Hernández, 'Nanas de la cebolla'



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