miércoles, 30 de marzo de 2016

Mariña, la primera sirena gallega que pronunció una palabra humana


Por Susana Díez de la Cortina*

Fotografía tomada de una imagen en la “Casa de los Peces” de La Coruña
Uno tiende a creer en las sirenas o en los tritones si es de letras, y si es de ciencias, en el “Triton Gills”, ese aparato que imita unas branquias artificiales y que, a
decir de su inventor, el surcoreano Jeabyun Yeon, permite bucear y respirar tranquilamente durante 45 minutos a unos cuatro metros y medio de profundidad. La que esto escribe es de letras y, se lo aseguro, no probaría ni harta de vino el aparato coreano que, además, unos dicen que funciona y otros que no, que “el tritón nos ha salido rana” y que es imposible obtener del agua el oxígeno que necesita un ser humano para vivir... Una pena, claro.Pero bueno, a los de letras nos queda el consuelo de poder
decir que el invento de las branquias artificiales no parece, de momento, menos
fantasioso que esos acuáticos seres híbridos producidos por la imaginación humana,
como son las sirenas, los hombres-pez, los tritones e incluso los ictiocentauros,
fabulosos seres con torso humano, patas delanteras de caballo y cola de pez. En la
mitología griega, Tritón, dios de quien toma el nombre el respirador acuático coreano,
es el dios mensajero de las profundidades marinas, pero la historia que vamos a contar
tiene que ver más en concreto con esa variedad de tritones centauros, los ictiocentauros
que acabamos de describir, ya que uno de ellos fue seguramente el causante de que la
protagonista de nuestro relato de hoy, a saber, la primera sirena de la historia que habló
con voz humana, apareciera en las costas gallegas.

Cuentan las crónicas antiguas que los centauros sagitarios eran enemigos feroces
de las sirenas, en especial de las de agua dulce; pero tampoco se libraban las de mar
adentro del peligro de ser asaeteadas por los tritones centauros. Uno de aquellos veloces
y crueles arqueros, tras haber perseguido y herido a una hermosa criatura híbrida
femenina, la abandonó en la arena, inconsciente, dándola por muerta. Estos hechos, a
juzgar por las fuentes consultadas en la “Casa de los Peces” de La Coruña, tuvieron
lugar allá por los siglos XII o XIII en unas tierras en las que vivía un conde poseedor de
un imponente castillo. El conde, que todavía estaba soltero, pasaba el tiempo yendo de
caza o recorriendo a caballo sus extensísimas tierras. En uno de esos paseos fue cuando se encontró en la playa con el cuerpo desnudo de nuestra protagonista. Le pareció de gran belleza, aunque no podía verle las piernas porque las tenía tapadas por las rocas. Parecía dormida, y el conde se acercó a ella despacito, pero su caballo piafó y, aterrada ante la idea de que aún anduviera tras ella el
ictiocentauro, la sirena despertó, y de seguro se habría echado al agua si los escuderos
del conde no le hubiesen interceptado la huida. Uno de ellos, por caballerosidad y
porque hacía frío, cubrió con su capa la desnudez femenina… pero ya había despertado
en el conde un deseo hasta entonces desconocido.

Así pues, el conde Don Froilán quiso casarse con la sirena. Puso a su disposición
todos los vestidos y doncellas propios de una gran dama y la hizo bautizar. Como había
nacido en el mar, pensó que el nombre más acertado para ella sería el de Marina, o
Mariña, en gallego. Pero la sirena nunca decía nada. Don Froilán pensó que no sabía
hablar y comenzó a enseñarle cómo pronunciar las palabras, pero finalmente tuvo que
hacerse a la idea de que su mujer era muda. Esto apenaba mucho al conde, sobre todo
cuando vio que, tras nacer su hijo, la madre no podía decirle ternezas, y lloraba de
tristeza.

En la noche de San Juan, como es de rigor en zonas de fuerte sustrato celta, se
prendieron las hogueras. Doña Mariña, que nunca había visto esa fiesta, acudió con su
niño en brazos. En un descuido, el conde se lo arrebató con un rápido movimiento e
hizo amago de echarlo al fuego. El miedo de la sirena fue tal que escupió un trozo de
carne por la boca y gritó: "¡Hijo!". Desde entonces, Doña Mariña pudo hablar. El
pequeño se llamó Juan en memoria de aquel día, y fue el primero de los mariños
gallegos.
Cuatro siglos más tarde, pero también, y muy significativamente, en la noche de
San Juan, comenzó su andadura o, mejor dicho, su “nadadura”, otro famoso tritón, de
nombre Francisco de la Vega Casar y natural de Liérganes, en Cantabria. Se sabe que en
el año 1674 Francisco se fue a nadar con unos amigos en Bilbao, la noche de San Juan,
pero llevado al parecer por la corriente, desapareció y no se volvió a saber más de él.
Cinco años más tarde, en 1679, fue visto en Cádiz por unos pescadores, quienes lo
describieron como un ser acuático con apariencia humana que había desaparecido
rápidamente, zambulléndose. Las apariciones del hombre-pez se repitieron varias veces,
hasta que fue atraído con trozos de pan y atrapado con unas redes. Una vez capturado,
se pudo constatar que, efectivamente, se trataba de un hombre, pero con escamas y
forma de pez.

Entonces fue llevado al convento de San Francisco e interrogado por el Santo
Oficio de la Inquisición para saber de quién se trataba; pero al convertirse en sireno
había perdido casi por completo la voz. Al cabo de un tiempo, según un secretario del
Santo Oficio que casualmente era de allí, consiguió balbucear la palabra “Liérganes”,
adonde fue prontamente llevado y, una vez realizadas las pesquisas pertinentes y
comprobada la oportuna coincidencia con la desaparición, cinco años atrás, de
Francisco de la Vega, conducido directamente hasta la casa de María de Casar, que de
inmediato lo reconoció como su hijo.

Cuentan que, ya en casa de su madre, Francisco vivió tranquilo sin mostrar
interés por cosa alguna. Iba descalzo y a veces desnudo, y no hablaba apenas. Nunca
mostraba entusiasmo por nada, y muchas veces se estaba sin comer varios días. Después
de pasar de esta guisa nueve años en casa de su madre, desapareció nuevamente en el
mar, sin que hasta la fecha se haya vuelto a saber nada más de él, aunque circulan
rumores sobre un ser de estas características por el río Ebro… Pero esa ya es historia
para otro día. La moraleja de esta de hoy (unos dicen que por la influencia pagana de
San Juan, otros que por la sagrada del bautismo) es que, así como la sirena Mariña, al
cambiar de medio, recuperó la voz, el hombre-pez de Liérganes la perdió. Razón de
más, digo yo, para no hacer uso del mencionado aparatito coreano que permitirá al
hombre adaptarse al medio acuático. Por eso, y porque ya lo decía bien clarito el refrán,
desde el siglo XII e incluso, quizás, desde antes también: “Por la boca muere el pez”.

*Susana Diez de la Cortina Montemayor es filóloga y directora académica de AulaDiez
(www.auladiez.com), y autora de varios libros de poesía y de gramática del español para extranjeros.




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