Por Lucía Ferro
Resulta llamativa la pericia de los pilotos de avión para navegar de noche por su habilidad para esquivar las estrellas. Al menos así se puede comprobar cuando el cielo compostelano no se acuesta con enaguas ni camisón de franela, nublado como tiene por costumbre, casi por vicio. Serán estas nubes, este cielo resfriado que congestiona el entendimiento el que llevará a algunos a manifestarse a la misma hora del funeral de Fraga no muy lejos de la catedral, manifestación de repulsa, se entiende. O de odio, cabe presumir. No por la manifestación en sí, que cada cual es muy libre de sacar a pasear sus complejos como le venga en gana, sino por el mal gusto del día, la hora y el lugar. Decían los clásicos (clásico es, según definición académicamente admitida, aquel del que todo habla sin haber leído nunca), “de mortui nihil nisi bese”, esto es, de los muertos solo cabe hablar bien. Puede que porque en la otra vida el aludido nos reciba a tortazos, puede que porque hablar de quien ya no puede defenderse sea el colmo de la cobardía. Pero haber, habrá manifestación. Y hay quien se parte de risa.
Bailemos ese último vals que se acerca el sol que limpia la habitación de sombras, de huellas y de sueños, bailemos que llega el despertar de las bestias, bailemos, que el despertar será el morir. Que como no decían los clásicos, nuestras ríos son los sueños que van a dar en el mar que es… ¿qué era? No importa, sigue bailando, la música se acaba, ya caen las últimas notas por el reloj de arena.
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