Dispuesto estábamos a iniciar esta serie de requeteflexiones estivales y calinas sobre la Tauromaquia cuando tuvimos la oportunidad de presenciar en primera persona del plural la manifestación que el pasado domingo, 1 de Agosto, tuvo lugar en Pontevedra en contra de las corridas de toros, dicho pronto y bien. Dos conclusiones claras y diáfanas se sacaron de aquel encierro: primero, que la gilipollez es más contagiosa que la peste negra, la bubónica y la risa respectivamente a la vista de cuanto allí se dijo y se aplaudió. La segunda, y por lo que hace a aquella manifestación y sin querer generalizar, que la tauromaquia ha iniciado una deriva política que no pocos intuían y cuya argumentación a favor y en contra se esgrime según esté uno en una y otra postura y aun desde la barrera. Y esto no es una afirmación gratuita para no tener que declarar, sino que así se vio, se escuchó porque se dijo, se sintió y se reafirmó en Pontevedra. Así y como simple ejemplo pues no fue lo único, preguntando a uno de los asistentes este respondió (literalmente): “vinimos para atacar a España”. Más claro, orujo.
Y esto es lo que hay. Hablar sobre los toros y la tauromaquia será pues hacerlo como con la pared en estas condiciones, pero lo haremos, las paredes no pueden escapar bajo ninguna excusa si nos ponemos más pesados de lo habitual. Habrá serie sobre la Tauromaquia para discutir y desgranar el tema, los argumentos a favor y en contra ya que es razonable pensar que a pesar de lo estúpido que uno sea el asunto genera más que dudas razonables, sean cuales sean estas.
Pero hemos de partir de ahí a día de hoy, la puta política (la actividad, no nos referimos a ninguna en concreto) que lo que toca lo pudre, y los nacionalismos, que lo que toca se lo echa al bolsillo. Y entremedio los sinceros defensores de los animales que en su candor infantil son llevados de acá para allá como carne de cañón o de toro para hacer el juego sucio.
A pesar de los pesares,
SEÑORAS Y SEÑORES: ¡HABLEMOS DE TOROS!
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