Publicado en SANTIAGOSIETE el 18 de Mayo de 2007
Como la mayoría de telespectadores, me disponía una tarde a disfrutar de algún suculento documental de la 2 cuando por error pulsé el canal equivocado y me topé con la admirada Cristina Pato y su pelo verde batracio. Qué sensaciones. Antes se decía que tales alardes policrómicos eran una suerte de rebeldía, aunque nunca estuve de acuerdo con esto recordando a algunos jueces ingleses, por ejemplo. Quienes hablamos del cabello con pretérita añoranza entendemos el asunto capilar por los pelos. No es este un tema menor, pues cuando la policía busca a un sospechoso siempre empieza por peinar la zona.
Vuelven los rizos, o se van las mechas, quedan los reflejos o se acercan las trenzas vikingas. Han corrido ríos de tinte sobre el tema, y sobre sustos no hay nada escrito. Que le pregunten a los calvos de bote, o con raya a lápiz. Todo está permitido excepto cuando vemos esos peinados rubios en los que asoman unas raíces negras de abedul, como si algún amante troglodita hubiera tirado de los pelos y se los sacara como si de una muñeca se tratara. O, peor aún, esos cabellos con tanta caspa que más que una moda parecen de gotelec.
José María Sánchez Reverte.
Como la mayoría de telespectadores, me disponía una tarde a disfrutar de algún suculento documental de la 2 cuando por error pulsé el canal equivocado y me topé con la admirada Cristina Pato y su pelo verde batracio. Qué sensaciones. Antes se decía que tales alardes policrómicos eran una suerte de rebeldía, aunque nunca estuve de acuerdo con esto recordando a algunos jueces ingleses, por ejemplo. Quienes hablamos del cabello con pretérita añoranza entendemos el asunto capilar por los pelos. No es este un tema menor, pues cuando la policía busca a un sospechoso siempre empieza por peinar la zona.
Vuelven los rizos, o se van las mechas, quedan los reflejos o se acercan las trenzas vikingas. Han corrido ríos de tinte sobre el tema, y sobre sustos no hay nada escrito. Que le pregunten a los calvos de bote, o con raya a lápiz. Todo está permitido excepto cuando vemos esos peinados rubios en los que asoman unas raíces negras de abedul, como si algún amante troglodita hubiera tirado de los pelos y se los sacara como si de una muñeca se tratara. O, peor aún, esos cabellos con tanta caspa que más que una moda parecen de gotelec.
José María Sánchez Reverte.
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