Cristina Sánchez-Andrade nos ha querido regalar la palabra que antes ya refinó en los mismos molinos que hubiéramos creído gigantes, acostumbrándonos a leer menos entre líneas que entre costuras, el trazo de esas frases como imperfectas asíntotas de sentimientos imaginados de bueyes, y de rosas también, descubriendo que el tercer pie de los gatos siempre estuvo ahí, en aquella Albión, mientras se la leía en páginas que han sido escritas con pincel húmedo de la niebla y el rocío de los amaneceres tardíos, evocación de los campos verdes de terciopelo bien peinados, como de domingo, en los que aceptamos la invitación de brindar con las copas de los árboles a rebosar.
Solo nos queda querer ser atril de cuanto escriba, negras las tintas, blancos los ojos y las hojas, sentir el paso de las páginas con dedos como prolongaciones de los cielos, la mirada detenida en el paso de las historias, apenas un hilo negro que asoma y del que tirando se saca lo escrito con la feminidad de quien desteje una prenda, pasar una a una las hojas como quien desnuda de sus días el calendario eterno de las miradas. Y todo por querer acabar el día ahuyentando de un soplo la llama de esos dos cabos de vela consumida hasta que la oscuridad lo cubra todo de luz.
Solo nos queda querer ser atril de cuanto escriba, negras las tintas, blancos los ojos y las hojas, sentir el paso de las páginas con dedos como prolongaciones de los cielos, la mirada detenida en el paso de las historias, apenas un hilo negro que asoma y del que tirando se saca lo escrito con la feminidad de quien desteje una prenda, pasar una a una las hojas como quien desnuda de sus días el calendario eterno de las miradas. Y todo por querer acabar el día ahuyentando de un soplo la llama de esos dos cabos de vela consumida hasta que la oscuridad lo cubra todo de luz.
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