Si algo se puede decir de Agustín Hernández, Hernández por
parte de padre y Agustín por lo bien que se quedaron quienes lo colocaron donde
está (cosa que es Voz pública), es que no cumple los requisitos que se esperan de un alcalde
compostelano, o aspirante, ¡o aspiranta!, desde hace lustros: no está (aún)
inmerso en investigación judicial alguna.
Y así, qué le vamos a hacer, queda como un alcalde chungo, de perfil recto pero
bajo tirando a subterráneo, que será cosa de las infra-estructuras aprendidas.
Los últimos serán los penúltimos, dicen que dicen que dijeron no opinando los
más cercanos a la escalera de incendios, que tras el naufragio comenzaron a
salir a flote restos del pasaje y a lo primero que agarraron, ¡zas! vale para alcalde,
sin cuenta vivienda con descuento para afiliados, ni canal en “yo-tuve” para
amigos de pajas en ojo ajeno. Dicen que ha venido para quedarse, pero no
aclaran ni con qué ni con cuánto, que debe ser una de las ventajas de ser alcalde
selecto y no electo, porque lo que prometía ser el fin del mundo pepero va
camino de quedarse en un simple apagón, no diremos informativo porque sería
redundar si de alcaldables hablamos, y
cuento nuevo.
Llegó, si, el alcalde demérito a la actualidad compostelana
como llegan las moscardas a las meriendas campestres, colocándose en las
cuenca, el pan y los dulces, manotazo va y viene, y juramentos en hebreo (que
no en árabe, claro, que Santiago es coto privado de gaza mayor), que donde mires ahí
está, una península política por todas partes rodeado de aguas turbulentas menos
por una, llamada istmo o Ángel Currás, ese sujeto elíptico de quien no se sabe
si es un concejal o el cobrador del frac. Y si alguna vez Agustín pregunta qué
debe hacer sobre algún tema, la respuesta es siempre la misma, “tú di que sí”, “¿A
quién?” “A todos”, que para eso sabemos que un asesor lo mismo vale para
colocar sus libritos en las compras del Gadis que para concejal de los de
controlar los aparcamientos subterráneos, según se levante uno con ganas de
degenerar. Porque al final pasa con los insectos como con los chinos (salvo los
de la Operación Emperador, que esos tienen clase), que no sabes si hay muchos o
que se mueven demasiado. Será que en habiendo moscardas alrededor, a fuerza de querer
acabar con ellas aplastándolas, se llega a aprender el buen arte del mejor palmero.
Pero pronto llegará su hora, como en los tallarines-westerns,
y tendrá que obligar a los demás a hacerle pensar qué hacer con el candidato
socialista que salga de las primarias. Pero eso, señores, será historia para
contar en otro memento….
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