Por Lupe Castiñeiras
Con claridad meridiana vio el expirante Francisco Reyes el
meollo de la cuestión cuando, al conocerse por el gran y mediano público la
lista de agraciados por Vendex, afirmó que no se había vulnerado código ético
alguno porque, sencillamente, no existía semejante código. Y se quedó tan
pancho.
Por estas fechas y como cada año, al igual que El Almendro,
los códigos éticos vuelven por elecciones. Un año se le llama ético, otro de
buenas costumbres, de buenas maneras o buena educación, de buenas prácticas o
praxis para los cursis, y así hasta el bochorno. Será que parafraseando al
otro, podemos decir que “cuídeme Dios de los asesores, que de mis enemigos me
ocupo yo”, que hay hasta quien firma esos códigos con la emoción de quien
participa en una rifa benéfica, con foto, aunque con una ventaja añadida, algo
así como que la voluntad de ‘ser ético’ comienza a contar desde el momento de
la firma, que todo lo anterior es agua pasada por agua, no vale, gorrón y
cuenta nueva.
Y es que, volviendo a las palabras de Reyes, ¿qué puede
esperarse de alguien que confía tan poco, o nada, en sí mismo que necesita
firmar un Código por el que se compromete a trabajar con dignidad, a no
corromperse? ¿Qué imagen cree transmitir a su electorado para intentar
convencerlos de que será buen gobernante, tanto que precisa plasmar por escrito
que no será malo? Sé que no os fiais de mí, que no confiáis en mi palabra, así
que lo haré por escrito, parece estar mascullando o, dicho de otro modo, bien
sé lo bien que me conocéis…
¿Algún político ha firmado alguna vez un código por el que
se comprometa a no comer gente cruda, a no colocar bombas en los orfanatos, a
no robar? ¿Acaso algún ciudadano se ha visto en la necesidad de firmar algún
código de buena conducta para obligarse a cumplir con sus obligaciones cívicas?
Pues mire, hay políticos que inspiran tanta ‘confianza’ que han de
comprometerse de esta forma, una manera de reconocer hasta qué punto dan valor
a su propia palabra dada, a lo que se presupone de ellos, a sus actos pasados y
futuros ¿No sería suficiente para acceder a un cargo con lo que se jura o
promete en la investidura, que es lo mínimo que se espera de ellos? ¿No es
suficiente la reprobación ciudadana si no lo hace, o el valor disuasorio de una
eventual condena? Parece que para algunos no, que ni ellos mismos se fían de
ellos mismos. Y si ni la palabra vale, ¿por qué sí ha de tener valor lo escrito?
Tal vez sea cierto que en realidad es un mero formalismo
bonito, una de esas cosas que se hacen cuando muerde la melancolía, quién sabe.
Un gesto para la galería, dicen algunos. O para los galerista, como piensan los
demás.
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