Por Lupe Castiñeiras
Se diga lo que se diga, los orígenes de los recientes
movimientos asamblearios son muy vulgares, basta buscar para encontrarlos en aquellos corros
de la universidad en los que se discutía adónde ir de paso del ecuador o de
viaje fin de curso, discusiones para decidir el lugar que ya teníamos elegido
los organizadores, para qué negarlo ahora que la cosa ha prescrito. Todo lo
demás es palabrería.
Semejante quietud en el movimiento así llamado asambleario
ha propiciado, justo es reconocerlo, un enriquecimiento en nuestra cotidiana
vida, enriquecimiento no político porque donde no hay no hay, sino más bien
lingüístico. Ahora resulta normal escuchar términos tales como foros,
plataformas, círculos, asambleas y un etcétera que, no por soporífero, deja de
ser largo. Pero cual Saturnos lampones, no debemos dejarnos engañar por esa
caperucita con piel de lobo, ni que nos duerman con cuentos de hadas padrinas
que lo que se esconde delante de las asambleas es aún más pernicioso que lo que
se intuye. A saber, no se intenta acercar a los ciudadanos a la actividad
política como se declara, sino que muy al contrario se trata de meter a la política
hasta penetrarla en el último reducto de libertad que aún nos queda, la
ciudadanía. Los motivos son miles, como sus nombres, pero la finalidad es la
misma, uniformarnos.
Y sin embargo, estos alardes asamblearios tienen algo que,
observados con la frialdad que provocan los calentones, no puede por menos que
dejarnos estupefactos: no proponen nada. Así, literalmente. Y así se venden
para más y mejor recochineo intelectual. Queremos decir que no tienen programas
ni propuestas, que han de ser los ciudadanos los que acudan para presentarlas y
luego debatirlas, así se articula la historia. O, dicho de otro modo, nos
cuentan que ellos no tienen programas porque eso es cosa de los partidos y sus
aparatos, ellos no tienen nada, solo la sabiduría, intrínseca al parecer, de
llevar a la práctica las propuestas de los comprometidos vecinos que las
aportan. Pero su contenido es cero, están vacíos de ideas. Ciertamente hablan
de propuestas, opiniones, proyectos, pero que pueden quedar en nada si sus bases
(sic) optaran por otras distintas. Paradójico, sí, pero líricamente
estremecedor. La ciudadanía al poder…
Esta vacuidad, este engaño sobre engaño es el que se está
viendo en Santiago. Así, Compromiso por Galicia convocó a ‘toda la ciudadanía’
para que se manifestara sobre su candidato a la alcaldía, candidato que obtuvo
algo más de doscientos votos, cuestión algebraica que no precisa más
comentario. Y así también con la candidatura de Rosón y sus plataformas tan jocosamente
comentadas entre los vecinos, por decirlo de forma amable que ya sabemos cómo
se las gastan allí con sus vetos, y su delirante idea según la cual si las bases no nos quieren, pues se cambian las bases a golpe de empadronamiento electoral. No os ofrezco nada, nos gritan, proponed
vosotros como ciudadanos libres que sois y yo lo haré en vuestro soberano nombre.
Y punto, que hablar de dinero es de mala educación cuando lo que está en juego
es la gloria.
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario