Publicado en SANTIAGOSIETE el 19 de Octubre de 2007
Si hablamos de votos, el botellón puede ser una sangría para el Concello. Porque los malos gobiernos, cuando no saben cómo solventar un problema, lo prohíben directamente, y los pésimos crean una Comisión o un Comité de expertos que nos emborrachan con datos y estudios. O inventan un nuevo impuesto. Una mala iniciativa sólo equiparable a la de una oposición que practica el gorroneo político, esto es, solo criticar para no tener que pagar la ronda a otros. Probablemente este asunto no sea más que una moda pasajera que por circunstancias ha adquirido la categoría de gran problema donde, mientras unos ven la botella medio llena y otros medio vacía, los más rápidos se la beben de un trago. El insomnio de los vecinos no les quita el sueño a los ediles, por eso no hay que fiarse de los políticos que presumen de transparencia, porque las cosas transparentes no podemos verlas. Para ser justos, nunca se ha oído a los jóvenes participantes quejarse porque no les dejen dormirla al día siguiente mientras los demás van a trabajar. Tolerantes sí que son. Y astutos, porque suelen ir acompañados de una buena moza por si hay que pagar a escote.
***
Durante tantas noches de cristales rotos, los botellistas no han molestado en la espesura de la Alameda cuales prehistóricos hombres de las tabernas. Los colegas que vomitan unidos permanecen unidos. Pero ahora, litronas de tinta claman una solución y, aunque solo fuera por hacer país, podría decidirse que únicamente se bebiera orujo de la tierra, conxuro incluido. En realidad, ¿a quién le importa el botellón? Son solo flecos políticos ‘on the rocks’, tirarse los vasos a la cabeza a cuenta de unos tipos con demasiadas copas para tan poca vejiga. ¿Un problema de salud pública? No mucho peor que cuando nos cambian botellón por garrafón. Pronto veremos el cheque-botellón para que los jóvenes puedan comprarse un albariño de calidad a condición de bebérselo aprovechando el cheque-alquiler y mientras planifican lo del cheque-bebé. Estos son los signos de los tiempos y no hay que extrañarse que lo anden celebrando con semejante desafuero. Ya ni se acuerdan de qué era lo que tenían que olvidar bebiendo.
Si hablamos de votos, el botellón puede ser una sangría para el Concello. Porque los malos gobiernos, cuando no saben cómo solventar un problema, lo prohíben directamente, y los pésimos crean una Comisión o un Comité de expertos que nos emborrachan con datos y estudios. O inventan un nuevo impuesto. Una mala iniciativa sólo equiparable a la de una oposición que practica el gorroneo político, esto es, solo criticar para no tener que pagar la ronda a otros. Probablemente este asunto no sea más que una moda pasajera que por circunstancias ha adquirido la categoría de gran problema donde, mientras unos ven la botella medio llena y otros medio vacía, los más rápidos se la beben de un trago. El insomnio de los vecinos no les quita el sueño a los ediles, por eso no hay que fiarse de los políticos que presumen de transparencia, porque las cosas transparentes no podemos verlas. Para ser justos, nunca se ha oído a los jóvenes participantes quejarse porque no les dejen dormirla al día siguiente mientras los demás van a trabajar. Tolerantes sí que son. Y astutos, porque suelen ir acompañados de una buena moza por si hay que pagar a escote.
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Durante tantas noches de cristales rotos, los botellistas no han molestado en la espesura de la Alameda cuales prehistóricos hombres de las tabernas. Los colegas que vomitan unidos permanecen unidos. Pero ahora, litronas de tinta claman una solución y, aunque solo fuera por hacer país, podría decidirse que únicamente se bebiera orujo de la tierra, conxuro incluido. En realidad, ¿a quién le importa el botellón? Son solo flecos políticos ‘on the rocks’, tirarse los vasos a la cabeza a cuenta de unos tipos con demasiadas copas para tan poca vejiga. ¿Un problema de salud pública? No mucho peor que cuando nos cambian botellón por garrafón. Pronto veremos el cheque-botellón para que los jóvenes puedan comprarse un albariño de calidad a condición de bebérselo aprovechando el cheque-alquiler y mientras planifican lo del cheque-bebé. Estos son los signos de los tiempos y no hay que extrañarse que lo anden celebrando con semejante desafuero. Ya ni se acuerdan de qué era lo que tenían que olvidar bebiendo.
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