De los SERENOS

DE LOS SERENOS

Muy pronto, cuando veamos deambular de noche a un grupo de personas por la rúa, sabremos que el único que no esté borracho será el sereno, probablemente. Al fin esta iniciativa parece que va a ver la luz de las farolas en la zona del Ensanche, nada comparable a la zona vieja donde convendría enviar un destacamento de paz en misión de guerra, o de guerra para la paz, o de reconstrucción de la paz en zona de guerra o como se llame lo que hacen los soldados hoy día. Sabemos que, excepto en las ciudades del Ártico con sus largas noches, en las otras urbes en que se ha reimplantado el servicio del sereno este ha funcionado con éxito. Entre sus tareas se contará el velar para que no nos desvelen, proteger las lunas de los lunáticos y el hablar idiomas, castellano, gallego y brurumbrumbrambés, esa variante etílica de los dos anteriores. En todo caso aún es pronto para conocer sus atribuciones concretas más allá de ayudar al trasnochador a acertar con la llave en la cerradura o contar merluzas en lugar de ovejas. Ímproba labor les espera a quienes, como ocurre con ciertas especialidades médicas, trabajarán donde otros se divierten.

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Las noches de Santiago tienen uno de los índices más bajos de delincuencia y más altos de alcohol, que nunca tantos positivos ha sido tan negativo y las sanciones por orinar en la calle se suelen quedar en papel mojado. Noches de gatos pardos, de ríos de fluidos orgánicos sin vado, de rianxeiras a coro, un panorama ante el que los serenos no deben perder la calma y andarse con vista porque con las melopeas se ve el doble. Haría falta un batallón de serenos para protegerse de los alterados de los botellones, cuidar del mobiliario urbano y que los amigos de lo ajeno no amplíen su círculo de amistades. Ha tenido buen ojo el Concello dando el visto bueno y mirar así por nuestra seguridad, pero solo con el tiempo veremos si hay que levantar la copa y celebrar la idea o habrá sido un brindis al sol. Aplaudiríamos la iniciativa pero entonces vendría el sereno, como antaño.

José María Sánchez Reverte