La cintura de Susana Seivane es la medida en cristal de la forma de la gaita, de todas, unas ramblas hechas entre las fragas de helechos que es el nombrar una saga al cuello de alabastro empleada en llenar la tripa con el aire de las gentes, un grito que pasa de generación en generación espontánea, el viento que silba en los labios rosados más sabios de ida y vuelta, los ojos, vallados como de pestañas de carballo, son claros de un color cuyo nombre aún está por descubrir, el de las notas en el aire cuando nos llueven sobre remojado y los dedos, finos como un eco en la cuenca de las manos al beber agua.
Hace de la música temporal para las velas en que viajan las palabras de enamorados y furiosos al mar y a los bosques, es Susana acaso una Nerón celta que reclinada entre acantilados toca plácidamente mientras ardemos escuchándola manejar la gaita como queriendo doblarla sobre su propia sonido, de rostro de raso despejado como un claro en la frondosidad y una sonrisa en la que sentirnos otro Narciso reflejado, cabellos entre los que se esconden los secretos de los ríos, cambiantes como la luz que los baña durante las noches de los días y así su inspiración es nuestra expiración por que nos toque todo lo que sabe.
Hace de la música temporal para las velas en que viajan las palabras de enamorados y furiosos al mar y a los bosques, es Susana acaso una Nerón celta que reclinada entre acantilados toca plácidamente mientras ardemos escuchándola manejar la gaita como queriendo doblarla sobre su propia sonido, de rostro de raso despejado como un claro en la frondosidad y una sonrisa en la que sentirnos otro Narciso reflejado, cabellos entre los que se esconden los secretos de los ríos, cambiantes como la luz que los baña durante las noches de los días y así su inspiración es nuestra expiración por que nos toque todo lo que sabe.
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