Trece ciclistas, trece, pocos para una ciudad “moenna”, demasiados para una atracción de circo, trece son los que van de la estación al Campus como trece forasteros, trece héroes, trece parias, trece mil pedaladas, trece tipos sospechosos. Estos son los que a diario usan el servicio de préstamos de bicicletas del Concello de Santiago. Trece ciclistas desconocidos sin monumento, trece sombras entre el tráfico, trece sobresaltos cada doce esquinas, trece frenos, trece cuestas arriba, trece claxons cada trece cascos no retornables, trece individuos seguidos de trece miradas curiosas, trece aparcamientos púbicos, trece avituallamientos, trece campeones sin laureles, trece aventuras al filo de los impasibles, trece metas sin volantes, trece por trece escapados de los pelotones y los politonos, trece hazañas sin dopar, trece camaleones a rayas discontinuas, trece velocípedos cada trece pasos cedidos cada trece cebras que nunca acaban de pasar porque pasan de pasar, trece relevos como trece calaveras, trece hemorroides que van a clase a sufrir trece veces en un silencio de trece decibelios, trece giros a derechas e izquierdas como trece plegarias, trece ojos para trece sancristóbales protectores, trece arañazos en trece caídas y, en fin, solo son trece, qué mala suerte.
Estos son los trece. Y entre ellos jamás se ha visto al que tuvo esta idea. ¿Es que no hay bicicletas oficiales para altos cargos?
Estos son los trece. Y entre ellos jamás se ha visto al que tuvo esta idea. ¿Es que no hay bicicletas oficiales para altos cargos?
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