A Anxela Bugallo las niñas de sus ojos se le han hecho mocitas y las sonrisas más sabias en cuatro cortos años allí donde el tiempo sí perdona pero no olvida, lo que ha sido como una ansiada primera cita, tanto que los amantes ya no tenían qué decirse de tanto como tanto se habían soñado y apenas quedará para siempre un perfume en lo que hasta entonces solo había sido establo, la entrega a una causa con efectos personales y el atrevimiento de ser alcaldesa que se levanta la falda de un monte que es ciudad de muertos en vida de otros donde le colocaron una lápida con la leyenda de Malecón el último.
Ahora Anxela ya no nos existe pero haberla ya se sabe, de cabello de hiedra jónica y silueta de chelo por afinar, paso elegante e inquieto de capitana de unas trepas que vuelven a sus cuarteles con la insatisfacción del deber cumplido, rostro cansado de ideas, ademanes de ámbar y la calidez incompleta de haberse quedado a medias negras en un camino de encrucijadas de raso, amazona con clámide de púrpura en un país de bueyes y dos carretas, y donde ya solo queda el tocón de aquella y la leña caída para lareira en que calentar dos tazas de caldo mientras nos contamos cuentos y lunares.
Ahora Anxela ya no nos existe pero haberla ya se sabe, de cabello de hiedra jónica y silueta de chelo por afinar, paso elegante e inquieto de capitana de unas trepas que vuelven a sus cuarteles con la insatisfacción del deber cumplido, rostro cansado de ideas, ademanes de ámbar y la calidez incompleta de haberse quedado a medias negras en un camino de encrucijadas de raso, amazona con clámide de púrpura en un país de bueyes y dos carretas, y donde ya solo queda el tocón de aquella y la leña caída para lareira en que calentar dos tazas de caldo mientras nos contamos cuentos y lunares.
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