Minutos De Silencio(s)

No ha podido uno averiguar (aunque tal vez intentándolo sí lo habría conseguido) de dónde viene la costumbre de los llamados “minuto de silencio”. Lo cierto es que al cabo del año vienen a ser tantos que si los sumásemos alcanzaríamos varias “horas de silencio” que en el caso de los más comprometidos podría incluso hablarse de “días de silencio”. Y ello por causas ciertamente nobles y justas en la mayoría de los casos, sí, pero mirado fríamente puede, repito, puede llegar a ser tiempo perdido, demasiado tiempo en condenas, a veces contundentes, a veces de repulsa, total, que en ocasiones y según las circunstancias, puede obligar a coordinar las agendas para no faltar. Y ello sin contar que del “minuto” se pasa a veces a los “cinco minutos” de silencio, oiga, y hasta ha visto uno los “quince minutos”, ya me dirán entonces.
Y sin embargo, a uno no puede por menos que parecerle una soberana tontería. Eso sí, aún peor cuando el silencio minutero se rellena con una melodía sentimental que nos encoge el alma como cuando al meternos en la playa nos llega el agua al vientre (qué feo es decir barriga)
Tiempo perdido. No hace mucho en esos momentos se rezaba una oración de recuerdo que, mire usted, al menos tiene su finalidad. Ahora no, y cuando se participa en una de estas concentraciones silenciosas la sensación a veces es contradictoria. ¿Homenaje? ¿Recuerdo? ¿Condena? Nos cargamos de gestos emotivos que con ser necesarios hacen del fin un medio. Se echan en falta palabras, compromisos reales y no solos bonitos y, sobre todo hechos, no gestos. ¿Estaría mal que allí convocados cada cual comenzara a insultar para desahogarse? Menos civilizado, sí, pero más humano y sobre todo práctico por no decir terapéutico.
A uno le parece extraño lo de los “minutos de silencio” cuando los ve en televisión. Provoca una sensación, al ver allí a los políticos, de ser en realidad como un “minuto de gloria” que luego nos despachan en el “minuto de oro” de la pequeña pantalla…