En Santiago sabemos cuándo se acerca el Carnaval porque vemos que el personal se quita el disfraz que luce el resto del año, señalados días de jolgorio en los que su seña de identidad es precisamente la máscara: la luz más cara, el agua más cara, la vida, en definitiva, más cara. Sin embargo hubo un tiempo no muy lejano en que el Carnaval era la válvula de escape que se movía entre los rigores de una Cuaresma por decreto y el garrote, bastante vil, de una dictadura, tiempos que ahora son solo sombras de un anhelo de libertad y despiporre al amparo de una subvención municipal en el que toca otra vez llevar a los pobres niños a que les pinten la cara entre animadores sociales y cuentacuentos que acaban provocándoles pesadillas, una fiesta más y a desinhibirse toca cada cual con su disfraz, ya sea de equipo de fútbol o equipo de gobierno, disfraces de oposición, de amigo, disfrazarse de quien aún conserva su trabajo, o de hombre invisible, todo es posible en estas jornadas que tienen como colofón acabar con un cocido, ya sea el de Lalín o por el botellón en la Alameda. Por cierto, cuentan los entendidos que el modelo estrella va ser el disfraz de Año Santo, perfecto para que nadie te reconozca y pasar completamente desapercibido.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 12 de Febrero de 2010
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