Mientras la humanidad se retuerce sobre sí misma en torno a su actual crisis ideológica y económica tratando de buscar respuestas a enconados interrogantes sobre su propio sentido, en Santiago, más modestamente, se sigue debatiendo si hay que alimentar o no a las palomas. Ardua tarea esta la de decidir si se dejar morir de hambre a esos bichos, ya se verá, pero la idea de emplumar a multas a quienes cacen alimentando a los animalitos suena un poco a no saber que hacer con el problema de la llegada del ave a Compostela. Pero es cierto que la sobreabundancia de palomas no hace sino abonar debate de tan altos vuelos, ya que no son pocos los que al pasear por ciertos puntos de la ciudad comprenden la cara de angustia que sobrecogía a Tippi Hedren en aquella película de Hitchcock. Dos posturas enfrentadas, la ofensiva municipal y la proteccionista, y la tesitura de los defensores de los animales de no saber cuáles de las dos merece mayor amparo.
Así está el debate público en la ciudad. Puede que a Santiago le ocurre igual que a las personas, que sufran altibajos en su lucidez, pero a día de hoy de lo que no cabe duda es que estamos atravesando un bache. O muchos, como si estuviéramos y circulásemos en la Luna.
Así está el debate público en la ciudad. Puede que a Santiago le ocurre igual que a las personas, que sufran altibajos en su lucidez, pero a día de hoy de lo que no cabe duda es que estamos atravesando un bache. O muchos, como si estuviéramos y circulásemos en la Luna.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 19 de Febrero de 2010
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