Por Ana Ulla
Sin margen para la sorpresa, sin resquicio para la
imaginación, como en una película iraní, llegó la sentencia que a tantos traía
de cabeza, de turco o de ajo, la que condena a al ex alcalde compostelano Conde
Roa a una pena de dos años que, presumiblemente, por sí sola no cumplirá, y una
sanción económica que, previsiblemente, no pagará. Ha muerto Xerardo, aquel CR11,
y del huevo de sus propios cenizos ha renacido Conde Roa. Han estado disparando contra el fantasma,
contra la sombra, contra el espejo de los retratos de tantos Dorian Grey. Porque
él ahí sigue, como una nota a pie de cada página para pasar de los boletines
municipales a las leyendas. Mataron a la persona y crearon al personaje. Burlándose,
todas las risas juntas no acallarán la suya, omnipresente, porque hubo un antes
del mucho antes de Conde Roa, y ahora todo es su después. Se ríe, desde lo alto
de la peana que le construyeron para apuntar mejor, porque ahí sigue y seguirá,
contemplando a quienes quedaron en el camino tratando de hacerle descarrilar,
viendo como quienes cavaban a sus pies cavaron, en realidad, sus angustias.
Queda el personaje, la pieza que siempre sobra en
cualquier puzle, al que arrojaron al fuego de unas elecciones para su desguace
de las que regresó como una salamandra, viva y codeando, para seguir jugando
con fuego y, al ver que no se quemaba, rociarse con gasolina. Nunca, jamás, defenderemos lo que Conde Roa ha
hecho, pero sí el que lo haya hecho, lo que nunca se le perdonó fue que
apostara, que ganara o perdiera no era importante. Ahora, ‘los suyos’, por no
darle no le dan ni la espalda desde que en aquellos tenebrosos días de pasión
de abril cerrara la caja de los truenos, cuando al dimitir se llevó con él las
caretas que antes repartiera mostrando que a un lado y al otro del río el
dimitido representaba la frustración de cuantos le vieron marchar.
Acabar con
él se convirtió en tarea de estado, se conjugaron los astros y bajo las mesas
se daban las instrucciones y los besos quienes ya juraban que soñaban con repartirse
sus despojos en bolsos de su propio partido. Tal vez por eso hay que entender
la desolación de quienes ahora lo ven morir solo, entre todos lo murieron pero
él solito se mató cuando quiso. Debe ser frustrante ver cómo nadar
contracorriente crea músculo, estar frente a todos, representar la antítesis
del carácter compostelano generalmente taimado, pusilánime, trepa y
engatusador, llegó donde llegó por sus cojones, y nadie, ni siquiera él mismo,
se lo ha perdonado. Tanto pelear por acabar con el monstruo para nada. Tanta
esfuerzo que, pasados los años, se contempla ridículo, infantil, resentido.
Como la historia la escriben los vencedores, se dirá lo que se dirá, más las
pesadillas las escriben los subconscientes y ahí no manda nadie.
A él, como a todos, será la historia la que le
pasará factura. No sabemos si con IVA.
1 comentario:
Eso de que no pagará lo dices tú...
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