Rumiando en sus cosas el Alcalde que se cree bardo, ripiando
entre los musgos ideó lo de la ‘tasa turística’ como si acabase de descubrir la
pólvora con omega tres y allá que fueron a aplaudirle callándole que el asunto ya
se propuso aquí hace cinco años, y se habló y discutió. ¿Para qué quitarle la
ilusión? De estadista a cateto hay solo un paso y mejor no meneallo.
Y así, encendido, eufórico, imparable siguió pensando y se
le ocurrió cambiarle el nombre al aeropuerto, y allá que fueron a aplaudirle
¡Genio! ¡Da Vinci! ¡Gigante! ¡Orgullo de la especie! Jamás los siglos vieron
cosa igual desde el invento de la fanta, mente preclara. Y Martiño se ruborizó y
respondiendo que no, que él es un hombre humilde, sencillo, sin soberbia,
campechano, un tío del común tan llano que, pudiendo ponerle su nombre al
aeropuerto ha preferido ¡benditos sean los dioses! que tenga el de otra
persona, Rosalía. La humildad de los talentos.
Y es que para entender la trascendencia del cambio de nombre
basta con hacerse una simple pregunta: ¿a quién le importaba hace tres días cómo se llama el aeropuerto? Solo a él, a Martiño. Vamos, un capricho, como quien dice. Y ahora
hay que cumplir conel caprichito del Alcalde. Y allá que van a aplaudirle. No
sabemos en qué beneficia a Santiago el cambio de nombre, pero si le da
gustirrinín a Noriega, hay que aplaudir. Lo importante no es el cambio o el
nombre, sino que se le ha ocurrido a él en un arrebato de emergencia social.
Al menos hay que alegrarse por el nombre escogido aunque, por
cierto, monte usted en coche y vaya a algún lugar donde la obra de Rosalía no
sea como el ‘libro rojo de Mao’ y comprobará que lo de la universalidad de la
poetisa es como lo del mapamundi de Bilbao….
Ana Ulla: lampreasyboquerones@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario