En torno a la política existen dos grandes leyendas: según la primera, acaba en la administración pública quien no sirve o no se atreve a otra cosa; según la segunda, lo anterior es solo una leyenda. Verdad o no, lo cierto es que atendiendo a las iniciativas que se plantean en lo público habría que concluir que el sector privado parece contar con sus propias leyes de selección natural. Hay quien se planteaba esto al conocer la noticia de la implantación del llamado “semáforo chivato”, la última novedad en materia de tráfico que nos retrata cuando nos saltamos un semáforo para, evidentemente, tocarnos el bolsillo, qué otra cosa si no. Es la aplicación de las penúltimas tecnologías a la vida moderna, léase sanción pecuniaria a los de siempre, todo un alarde de vanguardismo político del que solo se salvarán los empadronados en cualquiera de los atascos que adornan Santiago o buscando donde aparcar su coche no oficial, problemas estos por los que la ciencia no parece demostrar mayor interés, sus razones tendrá. Eso sí, el argumento para instalar el semaforito es demoledor e irrefutable: en Lugo funciona.
Que hayan sido necesarios tres años de legislatura para iniciativa tan salerosa muestra que no se mide igual el tiempo en lo público que en lo privado donde cada día es fin de mes. O puede que esto también sea otra leyenda.
Que hayan sido necesarios tres años de legislatura para iniciativa tan salerosa muestra que no se mide igual el tiempo en lo público que en lo privado donde cada día es fin de mes. O puede que esto también sea otra leyenda.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 25 de Junio de 2010
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