Por Ana Ulla
Cuentan que por ayer, veinticuatro de
octubre de 2012, se celebró el vigésimo quinto aniversario de la declaración
del Camino de Santiago como patrimonio cultural, o algo así, de la Humanidad
por parte de la UNESCO. Como si a alguien le importara. Esa UNESCO ha sido la
última en reconocer que el Camino es una realidad, tal vez porque el Camino es
la antítesis sin cortapisas de todo lo que la UNESCO representa, porque ha
pretendido hacer del Camino un atajo para hatajos de descaminados que no saben
adónde van. Esa UNESCO, cuyo fin es hacerse a sí misma Patrimonio de la
Humanidad, pretende sin conseguirlo la institucionalización del alma de los
hombres. Un negocio con fotografía y protocolo, una legión de bandoleros que
asalta al caminante. Allá ellos, pasarán diez Unescos, mil paquetes
vacacionales de bajo coste y el Camino seguirá en su sitio. Pasarán los
àtronatos, los consorcios, las oficinas oficiales, las comisiones de todos los
tamaños y el Camino seguirá transitado como pasaron los Caballeros de la Orden
Santiago y sus actuales caricaturas para cachondeo del personal, pasará todo y
todo permanecerá en Santiago.
Se celebró el aniversario con
aroma de aires de condena, como si fuera suyo, de ellos, ilusos, qué lástima de
quienes e apuntan a la baratija del confeti, de quienes aplauden como las focas
por una sortija. A quién le importa. Qué gran ocasión perdida para reunir a los
miembros de la UNESCO y regarles desde lo alto diciéndoles después que llueve. Por
un momento creímos que venían con la cabeza gacha a pedir perdón a todos
aquellos que, de verdad, comprenden y aman el Camino. Pero no ha sido así. Otra
vez será.
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