Antaño explicaba Álvaro D’Ors, tan gallego de adopción como de olvido por pecar de universal, que la “mano” que pedía el yerno al suegro no era el miembro digital sino la “manus”, ese poder omnímodo sobre la propiedad que era la hija casadera. Desde aquellas épocas tan romanas y clásicas como brutas, la mano ha sido en nuestra sociedad el apéndice visible de nuestra cultura. Así recordamos las manos que se estrechan para sellar un contrato o las churrascadas después de haberlas puesto en el fuego por alguien, las manos alzadas y fascistas que protegían del sol de cara o las que se cierran en un puño en un ejercicio de artrosis ideológica; las manos tendidas, la que se echa a alguien en apuros, la mano al cuello del enemigo o la mano que, dicen, mece la cuna. Hay otras manos, como la militari, la mano que se esconde tras tirar la piedra, las manitas de cerdo, la mano de santo para salir de un mal trance, la mano tonta, la mano inocente de los sorteos, la mano izquierda para la diplomacia y, siempre, las manos de ella. Pero de entre todas las manos hay ocasiones en que destaca una, criminal, sin escrúpulos, una mano que merece ser cercenada y arrojada al fuego: la mano de la que haya salido Xubi.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 11 de Junio de 2010
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