Beatriz Hervella esconde en la oscuridad de sus ojos, negros como el pozo de los deseos, de todos ellos, la buena cara de los malos tiempos que nos llevan en el colo de las altas a las más bajas presiones, como una Ariadna entre los hilos de seda teñidos de las isobaras cuando se nos desatan las treboadas, es la voz suave de la hoja que cae y la mirada innegable de cuando la belleza está, también, en el despacio exterior, como el tarro pequeño de los buenos perfumes del aroma de la hierba segada con el cabello a ras del cielo, un cúmulo como de tez lisonjera y unos labios de veredicto asombrados de sí mismos.
Es esta Bea el hada buena de nuestros malos cuentos, un halo de luz entre dedos que nos seducen la mirada al seguirlos, un espejo del revés o el primer sorbo de un vino en el que se ha reflejado la cara oculta de la luna, es la nube nerudiana al crepúsculo con su color y su forma que se nos aparece armada con el afilado segundero al cinto, la sombra del carballo que nos ilumina en la solana cuando la noche tropieza y cae sobre la tarde aplastándola en nuestros últimos pensamientos con la vista nublada por si quisiera avisarnos para tomarnos de la mano y enseñarnos montados en el carro de Apolo sus rosales de los vientos donde algún vampiro dejara su marca dentada. Mais nada...?
Es esta Bea el hada buena de nuestros malos cuentos, un halo de luz entre dedos que nos seducen la mirada al seguirlos, un espejo del revés o el primer sorbo de un vino en el que se ha reflejado la cara oculta de la luna, es la nube nerudiana al crepúsculo con su color y su forma que se nos aparece armada con el afilado segundero al cinto, la sombra del carballo que nos ilumina en la solana cuando la noche tropieza y cae sobre la tarde aplastándola en nuestros últimos pensamientos con la vista nublada por si quisiera avisarnos para tomarnos de la mano y enseñarnos montados en el carro de Apolo sus rosales de los vientos donde algún vampiro dejara su marca dentada. Mais nada...?
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