Desde que los españoles nos hicimos devotos ciudadanos de comunión diaria de ruedas de molino no hay quien altere nuestra placentera existencia, y sólo de vez en cuando algún leve trastorno en la digestión de carros y carretas amenaza con turbar nuestro ovino discurrir vital. Así ocurrió cuando el jocoso secuestro de la revista El Jueves y la galerna de solidaridad gremial que se levantó entonces, tanta que la mayoría de aquellos defensores debieron quedar tan exhaustos que ahora que le ha tocado el turno a Intereconomía parecen encontrarse sin fuerzas para siquiera manifestar una objeción de inconciencia. Se trata del manido tema de la libertad de expresión, peliagudo asunto que carece de instrumento físico para su ejercicio como sí ocurre con la correlativa libertad de ver y escuchar, el denominado derecho al zapping materializado en el mando a distancia.
Y es que tal y como dijimos hace ya un tiempo aquí mismo, el Gobierno se esfuerza en ser franco, en general, con la libertad de expresión, materia que de no estar reservada al enjuiciamiento de los tribunales nos ahorraría más de una jaqueca. Pero hay que alegrarse de la sanción impuesta, para que nadie pueda acusar al Gobierno de tener dos varas de medir: tiene una sola aunque siempre la emplee para lo mismo. Habrá que revisar a legislación vigente o al menos cambiarle el nombre, lo de Ley del Embudo lleva a equívocos.
Y es que tal y como dijimos hace ya un tiempo aquí mismo, el Gobierno se esfuerza en ser franco, en general, con la libertad de expresión, materia que de no estar reservada al enjuiciamiento de los tribunales nos ahorraría más de una jaqueca. Pero hay que alegrarse de la sanción impuesta, para que nadie pueda acusar al Gobierno de tener dos varas de medir: tiene una sola aunque siempre la emplee para lo mismo. Habrá que revisar a legislación vigente o al menos cambiarle el nombre, lo de Ley del Embudo lleva a equívocos.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 9 de Julio de 2010
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