Ya pueden descansar todos aquellos, legiones y cohortes, que se pasan el día dándole a la cuchara porque María Castro, la del cabello fiero, no está hasta en la sopa sino en el vino, en el Albariño concretamente. Así la encontraron los dioses cuando despertaron resacosos el pasado fin de semana, ataviada de vestal y en Cambados donde fue nombrada esa cosa de la orden del tal vino cuando en rigor debiera haber sido al revés, sádica congregación que en lo más apretado de la canícula no tiene otra ocurrencia que colocarle una capa tupida a sus miembros, la gota, sudando la gota gorda que colma el vaso. O el catavinos.
Sea como fuere sabido es y así lo corroboran los entendidos en el vino, que la medida justa de su sorbo es aquella que basta sin que sobre una gota para cubrir la piel de una mujer hermosa, algo tan simple como complejo a un tiempo pero basta comprobarlo para corroborarlo. Luego ocurre, en el caso del albariño, que esa medida puede recogerse en una vasija de porcelana cocida y convenientemente presionarla con fuerza bastante, demasiada en realidad, las veces necesarias, apretar ese vino así recogido tanto como sea preciso y con ello se obtendrá si se ha sabido hacer bien a la propia María Castro como las entrañas de la tierra hacen lo propio con los diamantes. Luego se deja un poco al sol y se obtiene el pelirrojo incandescente y se deja ventilar para que repose a la tarde y alcance su tamaño perfecto, es decir, cuando haga sombra a cualquier otra mujer.. Y nada más. ¿Incrédulo? Pruebe, pruebe y verá…
No hay comentarios:
Publicar un comentario