Si hay algo más irritante que oír hablar día y noche del síndrome post vacacional es soportar constantemente ese otro nuevo síndrome, el de quienes critican a todas horas el síndrome post vacacional, esa pereza de toda la vida ante la vuelta al cole pero en versión del listo de la clase que tiene sus libros de texto forrados desde julio. Extraño verano este en el que la canícula peregrinó a Santiago colándose como una vieja en el mercado, a codazos, derritiendo cerebros y bolsillos entre pegajosos peregrinos que han vuelto a demostrar que esta ciudad se mueve gracias a la hostelería porque es la única que da caña.
Extraño verano de Almodóvar y fuegos asesinos en el que aprendimos que por una sola hectárea un incendio puede ser noticia o no, cuestión de promoción informativa en palabras del conselleiro de medio rural, ya que del otro medio debe encargarse el ángel de la guarda por lo visto.
Extraño verano, en fin, de toros prohibidos por aquellos que cuando ven unos cuernos la memoria les trae amargos recuerdos, de equipos deportivos que confundieron la cima con la sima, de conciertos gozosos y escapadas a la playa, ciudad que se debate entre las papas bravas y los papas de Roma.
Y sin embargo lo mejor está aún por llegar: ¿estamos preparados para ver al ministro Blanco operado y sin gafas?
Publicado en SANTIAGOSIETE el 3 de Septiembre de 2010
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