La crisis ha hecho que hasta los vendedores de humo ofrecieran dos por uno de su nada, y todo para descubrir que algunos de nuestros grandes proyectos tienen los pies de barro y con juanetes. Es lo que volvemos a ver con el recurrente asunto de las aerolíneas subvencionadas, un chantaje de bajos vuelos que ha convertido la afluencia de visitantes jacobeos en una versión con concha del simpático Inserso para toda la familia. Se van los aviones como las aves migratorias, buscando el calor del euro, dejándonos en su aleteo el regusto amargo a queroseno de que así no, que debe haber otro medio. O la sensación no menos aciaga de que Santiago no es o no merece ser un mercado rentable.
Son muchos los que piensan que en el asunto de las aerolíneas las administraciones siguen en las nubes, que les puede el vértigo, que es en realidad pan para hoy y zumo de a bordo para mañana. Pensar que a los miles de visitantes los hemos traído nosotros pagados con nuestros impuestos mientras que los beneficios de los viajes aterrizan en otros puntos debe dar que pensar a reacción. Se echa en falta una administración rotunda y eficaz y abandonar esta línea irregular de actuación de los responsables políticos, la de comprar viajeros, pero es como si vivieran aislados en una torre de marfil. O de control.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 10 de Septiembre de 2010
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