Por M.S.C.*
Profesora asociada da USC
pero nunca quise poner atención/
cuando llegaron los llantos…/”
La estocada, bajuna y desprendida, acometida con el cierre
de la edición de Galicia de El País ha cogido a muchos por sorpresa. Otros,
pocos, sabían que sólo era cuestión de tiempo. No de economía o de línea
editorial, sino de egos. Porque este cierre tuvo lo que ahora se llama precuela
en el despido de un numeroso grupo de trabajadores de La Voz de Galicia,
colectivo que puso en marcha una página, ExVoz, en la que han venido dando
cuenta, con la impertinencia que provocan los datos exhaustivos y las cifras
tozudas, de las causas del actual declive del periódico coruñés, mantenido en
buena medida con dinero público. De la lectura desapacible de esa página puede
verse cuál es el cáncer que afecta a la prensa actual, el que mata a la Voz o
el que destripa El País trocando los protagonistas. Razones ante las que ni siquiera
otros, como El Correo Gallego, está a salvo por más que su condición de única
publicación compostelana le otorga un estatus de impunidad absoluto (sin
olvidar que técnicamente El Correo no se vende, sino que se regala comprando El
Mundo).
Basta pues un somero paseo por ExVoz para percatarse de las
causas que abocan a un periódico a convertirse en un panfleto: la presencia de
quienes hacen cabeza, sus directivos, editores o gestores cuando conciben la
publicación como “algo” puesto a su servicio para el medre profesional o
personal, para alcanzar un estatus social o prosperar en sus negocios o, en extremos patológicos, una meta política. De este
modo no vale la profesionalidad o incluso la militancia política, todo aquel
que no sirva a esa “causa”, la vanidad o el negocio de los jefes, va a la calle, y si han de ser todos, todos
serán.
Convertido un periódico de este modo en la hoja parroquial
de sus jefes, la publicidad huye aun antes que los lectores por razones que no
hay marketing capaz de explicar. No es cuestión pues de crisis únicamente, sino
de soberbia y egos, como dije al principio. De un servilismo cuya prueba cabe
buscarla, no en las personas que se van, sino en las que se quedan.
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