Es la práctica, la costumbre o generalmente la desidia, la
que lleva al pleonasmo. Cuando La Voz de Galicia informa hoy acerca de la investigación
judicial sobre una posible financiación irregular del PSOE compostelano a
través de cierto entramado empresarial, es hora de preguntarnos si es que, en
tales circunstancias, es lícito hablar de regular o legítimo cuando nos
referimos a un partido. Francisco Reyes, cada vez más portavoz de sí mismo, ya
se adelantó a decir al respecto que todo se hizo “de modo correcto”. Pudo decir
legal, pero dijo correcto, que es otra cosa.
Resulta imposible olvidar lo que en cierta ocasión llamé la
“Pax Bugalla”, esa ciudad llamada Santiago convertida en una balsa de aceite. O
una montebalsa, dicen otros. Años en los que la forma de hacer política
consistía en llevarse bien con todos, huir de cualquier conato de crispación,
una suerte de paraíso. ¿Recuerdan?
Fueron años de febril actividad pseudoeconómica, de urbanismo
sostenido, que no sostenible, de grandes zonas urbanizadas que todavía hoy siguen
vacías. Años en los que las imputaciones de los miembros del Concello había que
buscarlas con microscopio en las páginas pares más profundas de periódicos de
fuera por más que ahora las hemerotecas, que las carga el diablo, destilen el
aroma de los cadáveres en los armarios. Años en los que, alguien aseguró, el
alcalde tenía fotografías enmarcadas hechas por varios periódicos y que colocaba
unas o otras según quién le entrevistaba para darles a entender su ‘cariño’ y
seguimiento a ese medio (esto es solo una leyenda que yo no me creo).
Años en los que tocaba ser grandes políticos y mejores
personas, cuando los grandes problemas todavía cabían en párkines subterráneos
a falta de vehículos con los que llenarlos.
Años, en fin, en los que el bugallismo era un estado social.
Tan idílico que incluso ahora resulta grosero, de mal gusto, investigarlo, poner
en duda su honorabilidad.
Pero ha ocurrido, qué le vamos a hacer, y sobre la mesa o el
diván se ha puesto el nombre que nunca ha dejado de sonar desde que aquel día
de Diciembre llamaran a la concejala Domínguez: el nombre de Bernardino Rama.
Ahora es el momento en el que aquellos que se preguntan cómo
es posible que una investigación judicial que arrancó antes de la llegada al
poder de los populares en Santiago ya supiera o intuyera que estos iban a
corromperse en cuestión de semanas. Es la hora de aquellos que se preguntan,
puede que incluso con razón, acerca de la incorruptibilidad de Bernardino Rama y de su familia, la misma
que, dicen, trabaja en esas áreas de donde ha salido, y sigue saliendo, la
información que ha llevado a las imputaciones populares.
Es la hora, en fin, de quienes no esperaban que la jueza
investigara más allá de la información que se le proporcionaba y, como indica
La Voz, escuchando por su cuenta se encontrara con este supuesto caso de
posible financiación irregular en el que, sinceramente, no confío. Vuelve a
decir Francisco Reyes que este asunto es la enésima cortina de humo del Pp para
tapar sus vergüenzas, pero en realidad obvia que ni en el Pp sabían que la
jueza estaba investigado aquello de lo que ha salido esto.
La irregularidad en aquellos años era otra, ni siquiera
ilegal, pero existía, o se estaba con quienes aplaudían a Bugallo con razón o
sin ella, o no se estaba. En todos los sentidos, bien lo sabemos aquí.
Eran aquellos los años de bonanza de la Pax Bugalla, cuando
se intentó vender el Partido Popular al peso al propio PSOE. Conde Roa era el
problema que, aunque resultó ser lo que resultó ser, en aquellos años era la única
pieza que le faltaba a Bugallo para completar el círculo de poder compostelano,
hacerse en la sombra con el Partido Popular, tener a su frente a alguien que,
como ahora se sigue intentando, se conforme conuen le vayan bien los negocios y
no le falten agarimos protocolarios.
Fueron esos años, en fin. Conde Roa era el problema. Ahora,
como Hacienda, sois todos. Como una simpática matrioska rusa. Non si?
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