Por Ana Ulla
Desde que los grandes chicos de Podemos pusieron todos los
carnés en el asador, y a Martiño Noriega en Santiago, ya nada es lo que no era.
En pocos días Compostela se ha convertido en capital mundial de lo pueblerino,
metrópolis de lo hortera y meca de la boina. En pocos días ha pasado de ser una
simple ciudad a una ciudad simple donde los simplones abarrotan un Concello
lleno de palmeros hasta la bandera. Y allá en su frente, aprovechando que sonó
la flauta entona cual autista de Hamelín contemplando cómo la ciudad se consume
bajo el hielo, un Martiño entonando versos de amor impasible, ‘este es el
gobierno de la gente, clin, la política es como el amor, clin, yo solo me
envuelvo en la bandera de la gente, clin, clin’. Y así. Bandera de la gente,
claro, que es como se llamaba en tiempos feudales los señores a sus vasallos.
Porque Martiño no cree en banderas, le confesaba a la enésima periodista que se
dejaba entrevistar por él. No, no cree, es cierto, lo suyo son más bien son los
banderines de enganche.
Ahora, y hasta las próximas elecciones, su función será
preparar el terreno cara a las generales, que para eso le han prestado las tres
varas, la de alcalde y las de medir, mientras ultima su próxima evolución política
hacia Monte Pío. Todo lo demás será como si oyera escampar, que es acabar cada
frase con lo de ‘eso estaba en el programa electoral’, que aunque también
incluía lo de hablar con los vecinos antes de tomar decisiones importantes, este
apartado, a lo Carmena, debe ser una simple sugerencia. O acaso acabaremos
descubriendo que esos vecinos con los iba a pasarse la legislatura hablando son
solo los de ascensor o los del piso de arriba, suponemos, no sea que si son
otros lo vayan a correr a gorrazos. Y a falta de vecinos, no faltarán agentes
sociales, o políticos, entes que deben ser algo así como los elfos, que salen
cuando nadie los ve y viven donde nadie los encuentra, pero mandan como nadie.
A los otros vecinos, los que por no tener no tienen ni
bandera, ni se les espera ni estarán, que es cosa de mucho caciquismo esa, aunque
no tanta como para no intentar taparla con la buena capa de esa prensa que
siempre está, y si no se le espera el tiempo que haga falta. Hasta fin de mes
concretamente.
Y mientras llegan esas elecciones, el alcalde seguirá
cumpliendo su papel, ya sea el secante o el de fumar para cogerse una nueva
ocurrencia. Tal es el laberinto del Minotauro por el que pasea nuestro lírico primer
munícipe entre rimas asonantes y margaritas que deshoja esta sí, esta no, decidiendo
qué son tradiciones y qué ya no, que son, resumiendo, las que a él les salga de
los cajones donde guarda tales secretos. Hasta las elecciones, en fin, a eso se
dedicará, a dedicarse, y nada más. Y como Ícaro, pretender con tanta pluma
confeccionarse unas alas con las que elevarse para salir de este laberinto en
el que nos ha colocado, volar alto, muy alto para, en fin, acabar derretidala cera bajo un sol de justicia, ese al que algunos agoreros llaman la
realidad.
Ana Ulla: lampreasyboquerones@gmail.com
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