Por Lupe Castiñeiras
Foto: vestíbulo de Raxoi (recreación) |
La semana arrancaba sintiéndonos un poco más huérfanos
después de que Javier Krahe se muriera dejando un vacío que han intentado
llenar con palabras vanas y estúpidas, que es lo que tiene la estupidez de lo
vano “Que la tierra te sea leve, amigo”, que es como llamarle lechuga o gusano al
finado, de manera que nos volvimos a mirar a Santiago, que era donde vivía Vázquez
Taín, a quien han sancionado sus jefes por bocazas, y la sociedad por
indecente. Al parecer puede hacer chistes sobre la niña Asunta, pero no
permitir que se conozca que hace chistes, que tal fue lo que argumentó en su
defensa, que hubiera periodistas que hablaran más de la cuenta y por eso se
supo lo que el magistrado, hermano de su hermano, piensa sobre las cosas cuando
se le va mano. ¿O era una cortina de ese humo? A saber, que diría el sabio. ¿Y
para cuando la próxima? Que diría su editorial.
Para entonces el alcalde de Coruña dio un mandoble de mano tratando
de borrar la feria taurina de la ciudad. Hasta ahí todo comprensible, hasta que
explicó las razones para ello y resultó que las razones que dio eran más falsas
que un trébol (de los de cinco hojas, se entiende). No importa porque el fin
era bueno, acabar con la burrada de las touradas, y como de eso se trataba a la
gente, esos apóstoles de la libertad, no les importó que empleara un método fascista
y se que basara en mentiras. Cuando el fin es bueno, ¿para qué carajo queremos
la libertad? Orwell no era solo un genio, sino un enviado del Altísimo. Que cuando nos dan lo que queremos, la defensa de la libertad es solo un complemento de moda.
Alcalde Coruña al que se le vio en Raxoi la noche del
pregón, tal vez para que no echáramos de menos a Zapatones en estado, y destilado, puro, cosa que se logró
con creces. Noriega, suponemos, le contaría cómo había tenido una semana de lo
más activa, es decir, que fue a comprarse una gorra nueva. Y con ella fue a ver
al deán de la catedral, ¿recuerdan el papelón del primer munícipe? El mosén, a
la salida, con la diplomacia que ha hecho célebre a la Iglesia a lo largo de
los siglos, le llamó bobalicón con la dulzura de los últimos sacramentos, algo
que en sus cortas entendederas Noriega se tomó como un halago y así fue aplaudido
en plaza pública. Luego saludó al tendido y sin saber si reculaba o subía,
bajaba o saltaba por las escaleras, anunció que el día del Apóstol estaría en los
actos institucionales pero no entraría en la catedral, que esperaría fuera, no sabemos
si al lado de la estatua que hace de hada madrina o del señor que vende discos
de la tuna. Y todo por no compartir la filosofía de fondo. Ya lo dijo aquel, ‘tonto
es el que hace tonterías’. Eso sí, con gorra nueva a juego, que andar disfrazado
de descamisado obliga a pasar mucho tiempo delante del espejo para no parecer
un adán (sin su Eva, claro). Que baje Abalde y lo vea y nos explique ese afán de
los munícipes indignados por parecer que visten como la gente de la calle,
cuando es imposible encontrar en la calle a nadie que se atreva a vestir como
ellos.
Satisfecho de sí mismo mientras le toman medidas los sastres
que antes le tejieron el traje nuevo al emperador, se encontró que el Concello
había sido tomado por una caterva de cativos, nenos e nenas que lloraban
desconsolados porque querían que Noriega Sánchez les explicara por qué no había
todavía un ’Consello consultivo de Nenos e Nenas’ en Raxoi. Dejando de lado su
faceta de “Alcalde del Amor” y asumiendo su papel de Torrebruno les prometió
que lo consideraría, que es su frase preferida. Es lo que tiene que te metan en
un Centro Sociocultural hoy en día, que te olvidas de la pelota, de la playa de
los libros, de los amigos y a tus seis años solo piensas en los problemas de
los ciudadanos, el túnel de Conxo y la deuda griega.
Y en estas anda el alcalde a día de hoy, que no irá a la
catedral ni quiere saber nada de la Iglesia, alimentando esos rumores
ciudadanos que afirman que en realidad él no es agnóstico, sino un Drácula que
teme convertirse en polvo si le acercan un crucifijo. Pero no todos piensan
igual, que para el resto de los ciudadanos lo que ocurre es que creen que el
alcalde Noriega es un cobarde que no soportaría que le abuchearan en la
catedral y eso se viera en televisión. Cobarde, sí, pero solo porque así
aparecía en su programa electoral, que debe ser algo así como el célebre Libro
Rojo de Mao, o el Libro verde de Gadafi. En este caso, a saber, el Libro Azul
de la Marea, pero que todos acaban igual: en una gran carcajada.
Y luego llegó el pregón de Verónica Boquete, esa brava
mujer. Y punto, mejor dejémoslo ahí. Ella no tiene la culpa.
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
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