Cuando Martiño Noriega defendió con cuñas y dientes que
resultaba irrenunciable la existencia de un grupo parlamentario gallego de En
Marea en el Congreso, hasta los más optimistas comprendieron que todo estaba
perdido, que nunca habría tal grupo. No por su falta de intelecto sino porque
Noriega jamás ha cumplido un compromiso político con los suyos si eso le suponía
perder un solo gramo de poder, y apoyarlos en esa demanda imposible era lo mismo arrojarlos al lodo: la existencia de ese grupo suponía una posibilidad
de hacerle un poco siquiera de sombra, y no iba a consentirlo. Solo quienes desconocen el trasfondo de su
carrera pueden quedar excusados, pero no tanto como para olvidar que, si es
Alcalde de Santiago es gracias al apoyo que le ofreció Podemos en las
municipales a cambio del recíproco de las Mareas a las generales. Y punto. Ni el Reglamento del Congreso ha cambiado del antes al después de las elecciones, ni echarle la culpa amarga a Pedro Sánchez puede ocultar su trapallada para con
los gallegos que por primera vez carecen de representación parlamentaria nacionalista
por más que entre ellos, en las cafeterías, se repartan portavocías, roten y
releguen a los patriotas al negociado de folclore y festejos. No habrá
nacionalismo gallego en las Cortes porque así se lo prometieron a Podemos a
cambio del poder en los concellos. Los llantos, a la vista está, también son de
atrezzo.
Estas son las reglas del más listo, todo lo que toca Noriega
se pudre a la misma velocidad que él sale ganando políticamente. Ha colocado a
seis deudos en el Congreso y ahora, sumidos en el ostracismo, el Alcalde Alegre vuelve a refulgir haciendo
lo que más le gusta, que le miren. Noriega nunca hubiera permitido un grupo que
le hiciera sombra siquiera desde Madrid, y para ello no ha dudado en entregar
Galicia a Podemos a cambio de su puesto en Raxoi. Y si no, que Riobóo le
desmienta cuando venga a recoger su diezmo.
Una de las ventajas, o no, de vivir en Santiago es que
funciona como termómetro de la política nacional. No por el modo de introducirlo,
sino como medidor de esa gripe política en la que unos se resfrían y otros son
los que estornudan. Lo que se vive en Moncloa ya se ha vivido aquí como en una
tubería de ensayo aunque es justo decir que con un resultado inesperado. Más
allá de lo dicho sobre Podemos y la traición de En Marea a Galicia, puesto en
faena el Alcalde Alegre esperaba dar la puntilla a la izquierda compostelana sorbiéndose
ruidoso los restos del socialismo que aún quedara, pero se ha encontrado con un
Francisco Reyes con el que no contaba, un dirigente al que le caben todas las críticas
habidas y por deber pero que tras quedar el barco de su partido libre de las
ratas que primero lo abandonaron siguiendo al autista de Hamelin tras la
melodía de un orden social nuevo, y no digamos ya económico y laboral, parece
mantener firme el timón. Y tanto es así que las pasadas generales han dado un
golpe de realidad a la política de Santiago mostrando que ni la derecha es tan débil
a pesar de su desconcierto y de sus pecados irredentos ni los socialistas están
por la labor de rendirse a los cantos de su sirena. De esta forma Noriega se
encuentra ante una situación no calculada, quizá, pues seguirá necesitando a
Podemos pero su discurso deberá ser otro, cualquiera vale pero otro, lo que
para él no es problema decir una cosa y su contraria sabedor del carácter de
sus votantes. Su política es la política de un caníbal, liquidar a sus
oponentes a bocados o por inanición, pero con Podemos no puede porque le tiene
copado el mercado nacional y de algún modo todavía se debe a ellos, y con los
socialistas se ha encontrado con una oposición con la que no contaba. De ahí el
cambio de discurso, de ser Paco Reyes el malo malísimo de la película a serlo
Agustín Hernández mientras vuelve a tocarles la cítara para atraerse a los ‘buenos
socialistas’, pues su equilibrio inestable solo puede sostenerse ante una
previsible hecatombe de Podemos en el electorado socialista. Solo necesita
encontrar el eslogan, pero lo hará agitando el miedo, las debilidades, el
cainismo y, en cada convocatoria electoral, el tema de moda (hoy, la emergencia
social, ayer el soberanismo como remedio para la crisis, para mañana ya se le
ocurrirá algo).
Y esto es ni más ni menos que lo que se está reproduciendo
en la investidura presidencial. Órdagos a lo grande y soflamas apocalípticas a
los socialistas advirtiéndoles que solo con ellos tienen salvación, que solos
están abocados al suicidio. Paco Reyes, de momento, ha hecho algo tan imprevisible
como pasar de Noriega atrincherándose en su partido. ¿Por cuánto tiempo? De su
resistencia, especialmente interna, dependerá que el socialismo compostelano
sea o no el siguiente plato del insaciable caníbal Noriega tras merendarse al
BNG, a Podemos, a Compromiso E izquierda Unida. Muchos socialistas ya han
decidido, sus ideas tienen el precio de unas fotos, unas subvenciones o los
agarimos internautas del alcalde. El precio de los otros está por ver.
¿Preferirá el mandatario socialista los barcos o la honra? Hay quien dice que a
esta hora ya le están deshojando la margarita. Otros dicen que el trébol. La
tentación es fuerte, pero hagamos memoria mirando atrás y contemplemos el
reguero de cadáveres políticos que deja
el trotecillo de Noriega. Todo el que le apoya acaba muriendo. Y si te he visto, te mando un 'like'. O no.
¡Ah! ¿Y la mayoría social agredida? Bien, gracias.
Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com
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