domingo, 6 de marzo de 2016

"La Tejedora y el Arquero", una fábula de Susana Diez de la Cortina con motivo del 8 de Marzo


LA TEJEDORA Y EL ARQUERO (Fábula)
Con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora

De Susana Diez de la Cortina Montemayor *

Menguaban los días, ya próximo el otoño, cuando el arquero se aprestó para la caza y acudió a despedirse de su amada, quien debía permanecer en el valle tejiendo las ropas que protegerían del frío del invierno a los miembros de la tribu, y sin tocarla ni mirarla apenas (pues sabía que no es de hombres prudentes irse dejando tras de sí la menor brasa ardiendo) le dijo: "Debo irme en busca de alimentos, pero no estarás sola porque yo no me alejo de ti ni te dejo; encenderé una hoguera en la montaña para enviarte señales de humo, de ese modo podrás saber de mí". 

 Y así, día tras día, la hábil tejedora hilaba sus paños con la sola pericia de sus dedos, sin dejar de escrutar en lo azul las señales que le enviaba el arquero: supo que el primer día había cazado un ciervo, y más tarde vio indicios de liebres, jabalíes... y el calor de la hoguera que mantenía viva su enamorado le confortaba el corazón. 

 Pero los días se acortaron, y comenzaron a caer las lluvias del otoño e incluso las primeras nieves en las cumbres, y el arquero no encontraba ramas secas con las que alimentar el fuego que era indicio de su amor. Sin embargo, no cedió a la tentación de imaginar que ella, apartando los ojos de un cielo en el que ya no encontraría sus huellas, los pondría en otro hombre, sino que, transmitiendo toda la fuerza de sus brazos y su pecho al arco y a las flechas, cazó piezas enormes cuya carne conservó en sal. 

 Tampoco la tejedora sucumbió al desánimo ni dejó de inquirir por su arquero al cielo, donde las nubes, con sus cambiantes formas, un día le dijeron que su amado había cazado un reno, y al otro dos faisanes, y una cabra... Y a la obstinada credulidad de su mirada le pusieron por nombre CONFIANZA, y con ella mantuvo, sin dejar un resquicio al desaliento, el recuerdo del calor del fuego del arquero en sus ojos, sus dedos y su corazón. 

 Aquel calor revistió de paños abrigados y alimentos a todos y cada uno de los que en aquella tribu vivían bajo el mismo cielo, protector del amor en la distancia de la tejedora y del arquero.


* Susana Diez es filóloga, directora académica de AulaDiez (www.auladiez.com) y autora de numerosos libros de poesía y gramática española para extranjeros.


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