Por Ana Ulla
La celebración del primer año de Compostela Aberta en el
gobierno municipal ha tenido lugar como
pocos esperaban, de un modo inusitado,
sorprendente, agónico. Aislados en un parque, alejados de la ciudad y de sus
vecinos, toda una fiesta para la gente del común solo para ellos, un acto endogámico, como si trataran de ocultarse,
como si evitaran algo. ¿Por qué se esconden? Han logrado el poder, “lo único
que importa” en palabras del maestro Beiras, y todo lo demás viene solo. ¿Temen
que les miren los vecinos, que les recuerden algo, tienen miedo a ver sus
caras, su frustración, su desilusión, los reproches contenidos? Volvemos a
preguntarnos, ¿por qué lo celebran donde no se les puede ver? Lo que era un
acto multitudinario ha quedado cerrado, vetado, prohibido a quienes no tienen
nada que celebrar que no sean ellos. Los que después de un año, votantes suyos
o no, ven que todo sigue igual, más igual que cualquier desigualdad que
pensarse pudiera, que por encima de la música los números cantan y las decenas
de miles de euros que se han repartido discrecionalmente a dedo entre miembros del
partido y familiares o simpatizantes escuecen en quienes tienen que contentarse
con escuchar su alegría desde lejos. ¿De eso se esconden, de haber gobernado
solo para una minoría con hambre de dinero y poder que les apoya? Y nos
preguntamos de nuevo por qué no cantan sus loas a los cuatro vientos, sus
logros al lucero del alba, sus conquistas prometidas a los siete mares. No, se
recluyen en un parque para refocilarse entre ellos, para celebrar que el poder
es suyo y no están dispuestos a soltarlo. Pero solos, porque ellos no son los
vecinos, no van a las calles porque en ellas hay ciudadanos, gentes que tienen
nada que celebrar, personas que miran con ojos de haber sido engañados. Saben
que sus risas no son las de los compostelanos. Por eso se van donde reír no sea
un gesto de alegría que se desee compartir, sino de venganza. Se ríen y
celebran que ya están ahí, pero lejos, ahí donde no llega la mirada triste y
suplicante del resto de la ciudad.
Desde lejos se escucha la música, la fiesta, las voces
alegres de un festín ajeno a la ciudad. No, ellos no son los vecinos, es una
fiesta particular, para ellos, para sus amigos, familiares y favorecidos, no
para la ciudad, no para quienes no participen de su algarabía. Donde nadie les
moleste con miradas que tanto pueden decir, celebran que ahora son ellos los
que celebran.
Compostela Aberta ha celebrado que lleva un año en el poder
en una fiesta que organizada por y para ellos, no para la ciudad, no para el
pueblo.
Santiago, con esta celebración, ha retrocedido cincuenta
años. Han vuelto los caciques y las fiestas privadas para los señoritos.
Por mucha seda con la que se vistan.
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