jueves, 6 de noviembre de 2014

De 'Caperucita y el lobby' a 'Compostela Aberta": todos somos 'asamblea'


Por Lupe Castiñeiras

Se diga lo que se diga, los orígenes de los recientes movimientos asamblearios son muy vulgares,  basta buscar para encontrarlos en aquellos corros de la universidad en los que se discutía adónde ir de paso del ecuador o de viaje fin de curso, discusiones para decidir el lugar que ya teníamos elegido los organizadores, para qué negarlo ahora que la cosa ha prescrito. Todo lo demás es palabrería.

Semejante quietud en el movimiento así llamado asambleario ha propiciado, justo es reconocerlo, un enriquecimiento en nuestra cotidiana vida, enriquecimiento no político porque donde no hay no hay, sino más bien lingüístico. Ahora resulta normal escuchar términos tales como foros, plataformas, círculos, asambleas y un etcétera que, no por soporífero, deja de ser largo. Pero cual Saturnos lampones, no debemos dejarnos engañar por esa caperucita con piel de lobo, ni que nos duerman con cuentos de hadas padrinas que lo que se esconde delante de las asambleas es aún más pernicioso que lo que se intuye. A saber, no se intenta acercar a los ciudadanos a la actividad política como se declara, sino que muy al contrario se trata de meter a la política hasta penetrarla en el último reducto de libertad que aún nos queda, la ciudadanía. Los motivos son miles, como sus nombres, pero la finalidad es la misma, uniformarnos.

Y sin embargo, estos alardes asamblearios tienen algo que, observados con la frialdad que provocan los calentones, no puede por menos que dejarnos estupefactos: no proponen nada. Así, literalmente. Y así se venden para más y mejor recochineo intelectual. Queremos decir que no tienen programas ni propuestas, que han de ser los ciudadanos los que acudan para presentarlas y luego debatirlas, así se articula la historia. O, dicho de otro modo, nos cuentan que ellos no tienen programas porque eso es cosa de los partidos y sus aparatos, ellos no tienen nada, solo la sabiduría, intrínseca al parecer, de llevar a la práctica las propuestas de los comprometidos vecinos que las aportan. Pero su contenido es cero, están vacíos de ideas. Ciertamente hablan de propuestas, opiniones, proyectos, pero que pueden quedar en nada si sus bases (sic) optaran por otras distintas. Paradójico, sí, pero líricamente estremecedor. La ciudadanía al poder…

Esta vacuidad, este engaño sobre engaño es el que se está viendo en Santiago. Así, Compromiso por Galicia convocó a ‘toda la ciudadanía’ para que se manifestara sobre su candidato a la alcaldía, candidato que obtuvo algo más de doscientos votos, cuestión algebraica que no precisa más comentario. Y así también con la candidatura de Rosón y sus plataformas tan jocosamente comentadas entre los vecinos, por decirlo de forma amable que ya sabemos cómo se las gastan allí con sus vetos, y su delirante idea según la cual si las bases no nos quieren, pues se cambian las bases a golpe de empadronamiento electoral. No os ofrezco nada, nos gritan, proponed vosotros como ciudadanos libres que sois y yo lo haré en vuestro soberano nombre. Y punto, que hablar de dinero es de mala educación cuando lo que está en juego es la gloria.


Lupe Castiñeiras: lampreasyboquerones@gmail.com

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