Publicado en SANTIAGOSIETE el 16 de Noviembre de 2007
Cuentan algunos maliciosos que en la legación venezolana en Chile se agotó el papel higiénico la noche del pasado sábado. Y todo porque el coronel ya tiene quien le grite y muy a pesar de su prosa, la cara de Chávez fue todo un poema. En temas internacionales no se puede uno comportar en las cumbres como si pastara en el altiplano, por aquello del mal de hartura. Hacía tiempo que no nos refocilábamos tan a gusto con un desencuentro de tamaño calado, ni veíamos al Rey tan sobrio y en su sitio, saliéndole el oso que lleva dentro. En pocas palabras resumió, de manera que pudiera entenderse, lo que intentaba decir Zapatero con su habitual estilo de globos de colores. Opinan algunos que el Rey hizo lo que hubiera hecho cualquiera, pero no es cierto porque Zapatero estaba también allí y calló. Y otros piensan en cambio que el monarca se excedió en su invitación al silencio, pero al menos logró su propósito y pudimos ver al que llaman “gorila rojo” dejar de hacer el mico. De lo que nadie duda a estas alturas es que quienes querían encontrar una letra para el himno nacional ya pueden dejar de buscar.
***
Y todo porque acusaba el coronel en general a los españoles, y a Aznar en particular, de intentar arruinar a su país, y hacía bien en quejarse porque está demostrando que él puede hacerlo solo. Desde que Eva culpara a la serpiente de su fatídico capricho viene siendo habitual achacar al otro nuestras propias incapacidades y, a propósito de lo que decíamos, remontarse a la época de Colón y compañía para justificar los desafueros de hoy. Eso pasa entre naciones, pero hay una versión que nos resulta más familiar por provinciana y consiste en culpar a Madrid de todo cuanto de malo ocurra entre los muros de nuestro pueblo, aunque parezca que en realidad lo que se busca sea la caja, registradora, en el ojo ajeno. Claro que si Chávez hubiera opinado en El Jueves lo hubiera tenido peor porque además de callarse hubiese tenido que invitar a la siguiente ronda. Con un Rey cómo este quién necesita suegro, pensarán algunos.
José María Sánchez Reverte
Cuentan algunos maliciosos que en la legación venezolana en Chile se agotó el papel higiénico la noche del pasado sábado. Y todo porque el coronel ya tiene quien le grite y muy a pesar de su prosa, la cara de Chávez fue todo un poema. En temas internacionales no se puede uno comportar en las cumbres como si pastara en el altiplano, por aquello del mal de hartura. Hacía tiempo que no nos refocilábamos tan a gusto con un desencuentro de tamaño calado, ni veíamos al Rey tan sobrio y en su sitio, saliéndole el oso que lleva dentro. En pocas palabras resumió, de manera que pudiera entenderse, lo que intentaba decir Zapatero con su habitual estilo de globos de colores. Opinan algunos que el Rey hizo lo que hubiera hecho cualquiera, pero no es cierto porque Zapatero estaba también allí y calló. Y otros piensan en cambio que el monarca se excedió en su invitación al silencio, pero al menos logró su propósito y pudimos ver al que llaman “gorila rojo” dejar de hacer el mico. De lo que nadie duda a estas alturas es que quienes querían encontrar una letra para el himno nacional ya pueden dejar de buscar.
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Y todo porque acusaba el coronel en general a los españoles, y a Aznar en particular, de intentar arruinar a su país, y hacía bien en quejarse porque está demostrando que él puede hacerlo solo. Desde que Eva culpara a la serpiente de su fatídico capricho viene siendo habitual achacar al otro nuestras propias incapacidades y, a propósito de lo que decíamos, remontarse a la época de Colón y compañía para justificar los desafueros de hoy. Eso pasa entre naciones, pero hay una versión que nos resulta más familiar por provinciana y consiste en culpar a Madrid de todo cuanto de malo ocurra entre los muros de nuestro pueblo, aunque parezca que en realidad lo que se busca sea la caja, registradora, en el ojo ajeno. Claro que si Chávez hubiera opinado en El Jueves lo hubiera tenido peor porque además de callarse hubiese tenido que invitar a la siguiente ronda. Con un Rey cómo este quién necesita suegro, pensarán algunos.
José María Sánchez Reverte
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