Mar Barcón no es la vencida que va a la tercera de la lista de las listas de los que organiza, que es más verla como pavesa incandescente que provocara el último incendio de la Roma socialista, Dalila más de guadaña que de tijeras de sastre, última moradora del fondo de un pozo de los deseos ya lleno, la clave del puente tendido a lo ancho de plata para escapar y dura piedra para cruzarlo en su colo, estilizada hasta la disuasión del cabello recortado a bocados de realidad a dos o tres carrillos y labios de cobre alambique del que brota el licor de altísima graduación con que pretender apagar las llamas de las aspiraciones de su gente y las expiraciones de los del más allá, caperucita con lóbulos de aros por los que han de pasar quienes quieran seguir su paso seguro siguiendo fija su mirada de cuarzo que es el final de los horizontes que reflejan los reflejos de su pelo en barbecho y boca por conocer que se pinta del beber en la cratera que guarda la sangre fresca de sus ofrendas políticas.
Y así se la ve guarecido de rojo un cuello color blanco Bolena, Mar que aguarda tesoros en el fondo en que se asoma apenas un pecio de carballo labrado, cantábrica de luto y atlántica de vida queremos ser apócrifo Moisés que separara sus aguas al calor de una rosa de los vientos que nos guíe por la espalda.
Y así se la ve guarecido de rojo un cuello color blanco Bolena, Mar que aguarda tesoros en el fondo en que se asoma apenas un pecio de carballo labrado, cantábrica de luto y atlántica de vida queremos ser apócrifo Moisés que separara sus aguas al calor de una rosa de los vientos que nos guíe por la espalda.
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