Flora Y Fauna Gallega (XXII): Carmen Gallego

A Carmen Gallego se la escucha atados al mástil con los nudos bien aflojados y los nudillos al rojo muy vivo por querer vernos reflejados en sus ojos de algas y su pelo de panal por recolectar, la palidez de un atardecer de fanales esmeraldas, el rugido que se ha hecho mujer de los oleajes más acantilados, el mismo sonido que hace la bruma al disiparse entre sus reflejos, que es lo que tiene el ser rubia con la misma suavidad y naturalidad con que la nieve llega a los suelos y los besa, blanca y eterna en los recuerdos, como el hablar que muestra la blancura de las olas con permanente y su cresta de nata, política con timón en plaza y puentes de mando encubierta, sofá parlamentario con los pies a remojo en el fin de la tierra, o en su principio, depende, la ensoñación de rellenar cada noche la playa de conchas al modo de aquel ratón con los dientes caídos en actos de servicio.
Es al fin esta Carmen la medida en cerámica en que se estiman las olas de temporales cuando se desperezan en los occipitales, la que ha hecho de las nubes cometas con hilo de seda, esas que infla hasta reventar algún gigante que vive escondido entre las rocas hechas de duros siglos, cuando se echan las redes y se recogen estrellas y peces con espadas, y quisiéramos dormirnos recreando sus labios, esos continentes, y ser su contenido.