Yolanda Díaz es sin parecerlo la belleza departamental que se curte al aire libre, el que más, que se respira junto al Hórreo en cuya verja acampa entre el derecho de admisión y la salida de incendios, camino que va y vuelve tan ferrolano del pequeño dictador, y en cuyas venas corre, o corretea, sangre más jacobina que jacobea, una isla desierta por ella allá donde vaya o venga con puerto interior de una república de sí misma en que es reina y vasalla, de estandarte a la izquierda que observa entre oriental o deslumbrada de sus ojos como pinceladas impresionistas siempre a punto de florecer entre algodones que no se engañan.
Tiene Yolanda una sonrisa en vías de extinción y silueta de estatua de sal que mira atrás, de sombra elegante y embotellada con medidas más cautelares que disciplinarias que se diría peinada con la brisa de las mañanas, hipotenusa adornada con lazos que anuda en el vértice de su cara, bajo los labios, mesada e isósceles como un escudo parto, la belleza de verla colocarse el cabello a mano con la presteza de una princesita, la de Saint-Exupery, preparada a viajar de planeta en planeta mientras hace encajes de bolillos para plantar la tercera, a la que van las vencidas, tricolor en un país donde la soledad es una estación más de año, donde se adelanta por la derecha por no vernos deslumbrados por sus faros vermellos de canela y miel.
Tiene Yolanda una sonrisa en vías de extinción y silueta de estatua de sal que mira atrás, de sombra elegante y embotellada con medidas más cautelares que disciplinarias que se diría peinada con la brisa de las mañanas, hipotenusa adornada con lazos que anuda en el vértice de su cara, bajo los labios, mesada e isósceles como un escudo parto, la belleza de verla colocarse el cabello a mano con la presteza de una princesita, la de Saint-Exupery, preparada a viajar de planeta en planeta mientras hace encajes de bolillos para plantar la tercera, a la que van las vencidas, tricolor en un país donde la soledad es una estación más de año, donde se adelanta por la derecha por no vernos deslumbrados por sus faros vermellos de canela y miel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario