El viajero que llega a Santiago trae en la mochila las tripas de su viaje para encontrarse que no puede entrar con ella en la catedral, esa es ahora la consigna. Antes de acceder al templo se registran las mochilas pero no las almas, y así seguirá siendo desde que caminar a Santiago ya no es un viaje a la melancolía sino un pack de fin de semana en oferta y con la bendición de la chica de curvas isobáricas que predice el tiempo. A ese viajero ya no se le miran las marcas de los hombros, sino la de los bolsos. Pobre peregrino de cámara digital capaz de fotografiarse hasta con los baches de la rúa como recuerdo, si supiera que pisa tierra de dos caixas a las que sus familias casan por conveniencia como a adolescentes hindúes, por la dote; si supiera que esta tierra ha sobrevivido a Almanzor, a una ciclogénesis explosiva y a la ministra Sinde; si supiera que cada piedra que pisa es una promesa incumplida; y si a pesar de todo conociera a sus gentes de verdad, al marchar lloraría como también lloró Boabdil al abandonar su ciudad. Es en esas mochilas proscritas donde se guardan los sentimientos de verdad, esos que nunca pueden dejarse aparcados. Se los llevaría la grúa.
Publicado en SANTIAGOSIETE el 9 de Abril de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario