Se anuncian bajadas del paro con la periodicidad que marcan los relojes de arena, al tocar fondo se les da la vuelta y a comenzar otra vez. Se anuncian provocando iguales sensaciones que un espontáneo eurovisivo, hay quien se divierte y hay quien ve alejarse, o regresar del más allá, un puñado votos. Tanto se habla del paro que nadie parece acordarse de los parados, esas cifras, números de cambalache parlamentario, carne de cañón electoral mientras quienes comercian con ella se afilian los colmillos. Acabará por convertirse la Administración en un monstruo que se retroalimenta de nuestro tiempo y nuestro trabajo para ofrecernos unos servicios que, de no existir, nos permitiría disfrutar de más tiempo y menos trabajo, pero esa Administración ha puesto su huevo parásito en esta sociedad vampirazando su vitalidad hasta conseguir que se dependa de ella mientras la auténtica dependencia, la asistencial, la del auténticamente indefenso, se diluye viajando en primera camino de un festival cantarín o pagando televisiones públicas que cumplen una indudable función social, por más que nadie sepa qué es una función y mucho menos qué es social.
Pero el paro baja al fin y al cabo y toca alegrarse aunque, como la lotería, siempre le toque a otros, recordando las palabras del presidente Feijóo sobre el empleo cuando le oyeron decir que por el trabajo, Ma-to.
Pero el paro baja al fin y al cabo y toca alegrarse aunque, como la lotería, siempre le toque a otros, recordando las palabras del presidente Feijóo sobre el empleo cuando le oyeron decir que por el trabajo, Ma-to.
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