Santiago va camino de alcanzar un récord único en materia de turismo: la ciudad del hemisferio norte que cuenta con más asociaciones, grupos, entes y entidades, colectivos, sociedades, agrupaciones, hermandades, comisiones, palmeros, voluntarios, entendidísimos y, en fin, organizaciones destinadas a gestionar el turismo compostelano de una u otra forma. Tantas que pronto superarán en número a las empresas implicadas en esta industria. Más jefes que indios y, a la vuelta de la esquina, más hechiceros que jefes porque todos sabemos “lo que Santiago necesita”. El turismo como industria, naturalmente. Gestionar, aportar, administrar, pero trabajar duro que trabaje su señora tía de usted. Y mejor desde una oficina y entre reuniones con churros, viajes y reparto de invitaciones que tras unos fogones, mejor que detrás unas cajas cada vez menos registradoras, e infinitamente más saludable que madrugando. Pero es que, además, están enfadados entre ellos hasta el punto de aventurarse en lontananza un cisma entre dos grandes corrientes de falta de pensamiento, a un lado quienes ven galgos y al otro los que juran ser podencos.
Esta la imagen percibida en la calle, antes y después, de la jocunda peatonalización interruptus. Y todo por unas querencias políticas, dice cada uno del otro, que hará que entre todos la maten y nosotros solos nos muramos. Y se enfrentan unos con otros como si a los ciudadanos nos importara, y se lanzan los trastos por presidir tal o cual cosa para estupor de un ciudadano que acaba por preguntarse: ¿qué interés real hay detrás de tanta confrontación? ¿Qué hay detrás de las escenas de cama y cuernos de las asociaciones con los políticos? ¿Quién gana o espera ganar qué…? Porque Santiago nada, por supuesto.
Está claro que
no es lo mismo vivir del turismo
que vivir de quienes viven del turismo.
Continuará…
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