sábado, 28 de enero de 2012

Santiago, o La Mujer Que Yo Quiero, de Serrat...

Desde que supimos que Valle-Inclán ni se llamaba Ramón María ni se apellidaba Valle-Inclán, el esperpento ya ni siquiera es lo que nunca fue. Igual ocurre con los recuerdos, dicen de corrido algunos, tan pequeños en la memoria, tan inconsolables, tan diminutos que ni siquiera cabe en ellos la más mínima duda. Recuerdos que traen el eco, cuarenta años casi después de cuando un tal Serrat, entonces Juan Manuel como el sereno infante, cantaba “La mujer que yo quiero”, esa que no necesitaba bañarse cada noche en agua bendita, Mujer que es, para muchos más de los que no nos la merecemos, la misma Santiago cuando se viste con sombrero de ala ancha y nos pone para cenar jazmines (también) en el ojal, Santiago que tiene muchos defectos y demasiados huesos pero que es más verdad que el pan y la tierra, que no necesita deshojar cada noche una margarita, gorgoteaba el catalán. Pasan los días, las semanas, las orugas y Santiago es, sigue siendo, la Mujer que nadie ama, una gran teta a la que agarrarse como lechones por turnos y legislaturas, políticos, medrantes y ladrones, vampiros que aletean como gallinas cluecas, empresarios de sí mismos que compran y venden mentiras al peor postor. La ciudad que ellos no quieren es mujer gallega y hermosa, valga la redundancia, ignorantes como presumen de  amarla como  fruta jugosa con la que quieren dármela mis amigos y con la que se amargan la vida mis enemigos, tal vez porque olvidan que a poco que te sonría Santiago te envuelve en su arrullo y contra su calor se pierde el orgullo y la vergüenza. No, claro, cuando al amante ama la amada habla con voz de sabio y tiene de mujer la piel y los labios, como Santiago, la Mujer que yo quiero, Santiago como Mujer de un solo hombre para cada uno de sus latidos como la amistad lo es para quien tiene una sola palabra. Santiago es esa Mujer, sí, pero esa Mujer es para Santiago una fulana que se abre de blasones y se calla por miedo a que la expulsen con espada flamígera de ella misma, reducida a moza de caballerizas en las cuadras de madera de Troya.

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