Por Ana Ulla
Santiago es una de esas ciudades
en las que si una se fija bien, pero que muy bien, podrá ver que pasan cosas,
que otras veces suceden y que en ocasiones hasta ocurren. Y al contrario, si no
nos fijamos podremos ver estupefactas cómo las noticias no se producen solas,
sino que se crean. Literalmente. Aunque esto no sea noticia, claro.
Es la circulatura del cuadráculo
periodístico, noticias que llegan a la redacción con un cheque debajo del faldón,
o cómo con dinero público se mantienen “algunas” empresas privadas. Es la
figura del “Convenio”, como informa Galicia Confidencial, cuando por parte de la
Xunta no solo se paga la noticia en sí sino su contenido y tratamiento.
¿Ejemplos? Valgan al menos dos,
el de los más leídos en Compostela, El Correo Gallego y sus 95.000 euros en “Convenios”
o La Voz con sus 110.000 euros del ala para, según se ha publicado,
“a difusión informativa das
potencialidades de Santiago de Compostela no xornal El Correo Gallego” o
“dar a coñecer aos cidadáns de Santiago de Compostela e comarca as
potencialidades da cidade nos distintos ámbitos económico, social, cultural,
turístico e institucional”
El “Convenio” no es publicidad,
no, cuya inserción está sujeta a estricta regulación (se cumpla o no), ni “ayudas”
públicas de cualquier otra índole que han de publicarse y adjudicarse vía
concurso público y pueden ser posteriormente fiscalizadas. No, el “Convenio” se
asigna sin control y sin otro criterio que la estricta voluntad, en el sentido
de estricta voluntad más estricto que entenderse pueda, de quien así lo
disponga en el departamento político de turno. A dedo, para entendernos. O no. Sin
control alguno. A cambio, en el periódico se habla, se habla y se habla, como
si fueran noticias elaboradas por el periódico, de ese departamento o de tal o
cual responsable político y sus gestas o gestos, curiosamente siempre bien, y
en formato de noticia, no de publicidad. ¿Les suena?
Dinero público para mórbidos
bolsillos privados, ahí vengan emprendedores y empresarios.
Lo nefasto, sin embargo, no es
que la Xunta mantenga esta práctica, sino que los periódicos la acepten, y no
tanto sus responsables o directivos sino sus profesionales. Luego llegarán los
días de la libertad de prensa y sus soflamas y proclamas, los llantos por el
estado de la profesión, o el recuerdo que sin periodismo no hay democracia. No
la habrá, es cierto, pero qué calentito se está en las cenas de Navidad gracias
a ese dinero. Con estas prácticas hay que entender que importe muy poco la
calidad del periódico, de su contenido, que dejen de tener interés o que los
anunciantes, que no son tontos, huyan despavoridos de sus páginas. Mala cosa
debe ser que un medio de comunicación se rija por criterios exclusivamente económicos,
pero aceptar además ese concubinato con la política es ya la pu(n)tilla.
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