Por Marga Rial
Fue la ministra Pastor la que abrió la caja, cajita más
bien, de los truenos al poner Lavacolla como ejemplo de gasto
sobredimensionado. A partir de ahí todo ha sido dolor de muelas en los
bolsillos y las billeteras. Santiago será posiblemente la ciudad española con
mayor número de asociaciones, confederaciones, grupos de trabajo (¡), sinecuras
turísticas y similares y sobre todo gentes entendidísimas en materia
aeroportuaria. Y también la única ciudad, tal vez, que pretenda ordenar esa gestión
desde los despachos y sus cifras y no desde la lógica turísitica.
Pero si hay algo que caracteriza a tanto gestor áulico es
que por sus declaraciones ninguno de ello se ha visto en la tesitura de venir a
Santiago por ocio, pues en tal caso comprenderían que la cuestión de venir, o
no, no responde a la cuestión del cómo,
sino del para qué.
sino del para qué.
¿Turismo a Santiago? Primero, cuando un turista desea
visitar una ciudad, lo hace, da igual que haya o no aeropuerto o camino de
barro, premisa esta que impera en cualquier punto del planeta. La existencia de
buenas conexiones ayuda pero jamás ha sido determinante. Si se quiere venir, se
viene, y atenta estará la autoridad aérea para facilitarlo….nunca al revés. No
se conoce enclave turístico al que se viaje por el mero hecho de tener buenas
conexiones o mejor aeropuerto.
Segundo, desde hace décadas el viajero (no confundir con
turista) lo que realmente desea encontrar en su destino es, valga la paradoja, un
destino, involucrarse en la vida del lugar al que llega, conocer sus gentes y
sus costumbres, embeberse del lugar y, por por el contrario, el lugareño recibe
al viajero con los brazos abiertos como quien trae algo nuevo de lo que
aprender, nuevas costumbres, otras opiniones, otras formas de ver la vida. Por
eso quien viene a Santiago, salvo el peregrino, pocas veces repite.
Sencillamente, se aburre. Una población esquiva y huidiza y una hostelería
dudosa a pie de calle no son su mejor carta de presentación ¿No es cierto que
cuando recibimos visita solemos “sacarla” de Santiago, no llevarla a comer
“como si fuera turista” lo mismo por razones de calidad como de flagrante
economía? Nadie va a venir por una exposición, un concierto, una muestra como
hay por cientos en cualquier otra ciudad. Se desea venir para ver lo auténtico
y, qué le vamos a hacer, lo auténtico no existe en Compostela. El viajero se aburre. Lo que ha venido a
buscar en Santiago, que es Galicia, no está en Santiago. Y eso no hay
aeropuerto que lo sustituya. El viajero sobrevive en Santiago, al cabo de unas
horas se siente un extraño al que hay que “desplumar”.
Así que podrán seguir los grandes sesudos hablando de
política aeroportuaria por los siglos de los siglos ignorando que la gran
cuestión no es cómo venir a Santiago, sino para qué. Y eso no es una cuestión
política, sino social. Ser como se es es lo que hay, ni mejor ni peor. Pero ha
de ser el punto de partida para recibir visitantes. Si de verdad es lo que
desea y no solo vivir del cuento de los avioncitos.
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