Por La Moenna
La inesperada y triste muerte de Rosalía Mera ha logrado
hacer resaltar por encima de su figura el brillo de sus obras. Es de justicia
reconocerlo, ahora como entonces, sin ahorrar en elogios para una persona que
concibió el esfuerzo como vida, y esta como compromiso con la sociedad. Su
desaparición nos ha dejado un asombroso legado, dando paso inesperado a quien
ha sido llamada a ser su sucesora en el sentido más amplio, su hija Sandra
Ortega, de quien se espera lo mismo aunque distinto, ya se entiende.
Pero más allá de todo reconocimiento y aplauso, la persona y
la personalidad de Rosalía Mera nos ha descubierto una realidad que no por
intuida deja de alertarnos sobre la sociedad que nos envuelve, una concepción
atávica y sorprendente vista de soslayo en la multitud de crónicas, reseñas y
obituarios que han inundado las páginas impresas durante estos días. Nada que
ver con la fallecida, su pensamiento y su obra, no, sino con una interpretación
que nos atreveríamos a calificar, cuanto menos, de cainista.
De Rosalía Mera se nos ha descubierto que se puede ser rico
y bueno. ¿Cómo? Afirmando que se es de izquierdas en cualquiera de sus
acepciones, de lo progresista a lo comprometido socialmente. Ser rico está al
alcance de muchos, pero ser bueno es un titulo que otorgan los demás.
Especial interés tiene en este punto un artículo publicadorecientemente en las páginas de El País, edición de Galicia, una suerte de
hagiografía cuyo principal titular rezaba, a modo de resumen de su contenido,
que ‘Sandra Ortega es una multimillonaria que conduce un utilitario’, (para ir
a comprar y trabajar, se aclara), como cualquiera de nosotros, en lo que se nos
presenta como una muestra de austeridad, o solidaridad, aunque para ninguno de
nosotros el conducirlo sea una opción, y no queremos pensar en el día en que se
nos estropee y no podamos comprarnos otro al momento.
Pero a lo que vamos, el ‘rico bueno’ que vende la izquierda
es así, no hace alarde. Porque ser rico se puede ser, por ejemplo basta con
heredar, pero ser bueno no es tan sencillo, la bondad es concepto sin asas. Hay
que manifestar un determinado comportamiento una vez superado ese primer
estadio de tener para comer y, sobre todo, reflejar en público una cierta dosis
de compromiso social. El ‘rico bueno’ critica las políticas de los ‘ricos
malos’, la de esos, los otros, la de aquellos que por no haber llegado a su
estado contable aún no son conscientes de sus responsabilidades sociales. Por
eso al ‘rico bueno’ nadie le dice que se desprenda de su riqueza y la reparta
entre los pobres. Si lo hiciera no podría cumplir con tales compromisos.
El ‘rico bueno’ es, además, persona de bien para la que su
riqueza le ha supuesto un peso moral que debe contrarrestar con gestos tales
como poner a su descendencia nombres muy gallegos, enxebres, porque lo
contrario es involucionista. Es acertado que un rico actúe así, se nos dice,
eso lo hace ‘bueno’.
Pero también un ‘rico bueno’ puede padecer de escrúpulos,
pasarlo mal, pero todo tiene arreglo. Así nos lo cuenta (y resuelve) literalmente el articulista:
“¿Es
compatible esa “normalidad” con ser consejera, de momento, de dos sicav
(sociedades de inversión de capital variable), Soandre y Breixo, y ser
accionista única de otra, Quembre? “En cuanto empezaron a criticar que las
sicav solo tributaban el 1%, preguntaron si era cierto. Les contestaron que sí,
como cualquier otro contribuyente que tenga un fondo de inversiones, que cotiza
un 1%, pero pasa a tributar el porcentaje corriente si retira el capital. Eso
las tranquilizó”.
Eso las
tranquilizó. A nosotros también, afortunadamente.
La existencia
para algunos de esta categoría de ‘ricos buenos’ es doblemente satisfactoria.
Por un lado porque los reconcilia con la vida al saber que se puede ser rico y
de izquierdas (nada nuevo en España, según las listas de personas más
acaudaladas), y por otro porque de algún modo consuela a quienes hasta este
momento han sentido aprensión por confesar su izquierdismo al tiempo que
acumulan un considerable patrimonio.
La lamentable
pérdida de Rosalía Mera y la eclosión social de su hija Sandra nos ha
descubierto esta realidad, se puede (y se debe) ser rico, pero rico bueno. Rico
de izquierdas. Eso sí mola.
Es difícil saber
qué pensaría Rosalía, o que opina su hija, sobre estas hagiografías. Solo
sabemos que su obra está ahí, y debemos aplaudirla. La mezquindad, en cambio,
va por barrios.
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