En Santiago nunca se pone la Luna, Santiago como ciudad donde
comienzan los finales de todos los caminos, la puerta sin cerrojo por la que
se llega a todos los mundos que no se han sabido descubrir en este. Santiago es
la fe, la fe gris en ella misma sobre la que se extiende la barba pétrea y
amarilla de una sabiduría que mira, calla y sonríe. Es la urbe que ya ha vivido
la Historia y que, como recién nacida con alma de vanguardia, se quita años
cada vez que vuelve a cumplir. Es el lugar donde cada cual llega a ocupar su
sitio en un teatro que abraza todos los siglos, incluso los ya vividos, adonde
llegan las nubes a pasar la noche antes de seguir su viaje, y donde algunas
quedarán enredadas para siempre en su Alameda. Aquí es donde se leen las viejas
historias de siempre escritas en la plata de los charcos adoquinados cuando
caen las tardes de miel. Porque en Santiago siempre se llega a tiempo de todo,
es el cosmos celta que gira sobre un eje en forma de cruz. Compostela se ahorma
con las pisadas de tantos y forja en tahona de piedra de la mano invisible de
un cantero que a cada mirada le da nueva forma en la eternidad de cada alma.
Santiago vive estrecha de calles, abrazada, apretada por recuerdos guardados en
cuencos blancos de quienes una noche llegaron para nacer aquí porque así lo
desearon, es un carballo visto desde su raíz. Basta acercar el oído a las
húmedas piedras para escuchar el espíritu que aún escribe en el granito el
destino de esta tierra, Compostela, que todo un océano inmisericorde y voraz
grita desde la lejanía ronco por besar sus calles, sus bocas.
Se es de Santiago como se es del aire, para siempre, inevitablemente. En ella
se respira la bruma que ayer libraron las gaitas en su quejido inmortal
mientras sus árboles crecen alimentados de las cenizas de una cacharela que
nunca se consume del todo.
La mejor manera de vivir en Santiago es morir en ella. La lluvia se
bebe en Santiago en cuencos blancos y mullidos como la almohada de una amante
de cabellos negros, por ser el libro primero en la estantería de la vida de los
corazones de los que un día vinieron adonde cualquiera puede acabar de escribir
el último párrafo infinito en el que todo cabe, un libro hecho con las hojas
que caen con el frío y se aprietan como las miradas del estío, hecho para ser
acariciado como a un recién nacido, un libro de los viajes de vuelta a la casa
de aquí de todos, un diccionario de los sentimientos, un traductor de las
sonrisas de todas las palabras que acaban en Compostela, que es la ciudad donde
las fuentes manan leyendas.
Porque desde lejos Santiago se mira al revés, vista desde la tarde
de los tiempos el viajero contempla sus torres desde abajo como las patas de
una colosal mesa que sostuviera un mundo, una historia, un pueblo por entre las
que nos dejamos llevar apenas movidos por el caprichoso viento que levanta las
faldas y las sotanas, un atril sobre el que descansa ese gran libro de la vida
en el que una ciudad acaba por convertirse en todo un capítulo del Hombre.
Y entre sus calles mil veces recorridas por vez primera cada noche,
brindamos con esos mismos cuencos asonantes de arte mayor mientras se siembran
sueños y se cosechan soñadoras con carmín, donde como con el bosque y los
árboles Santiago no deja ver el mundo, es esta Compostela de los dos ríos en
los que se nos encuentra llorando como un Heráclito celta que cuenta con los
números romanos de los dedos los días que faltan para que acabe la eternidad
soñada y sabida de que vivir en Santiago es haber nacido dos veces. El
botafumeiro de la catedral de Compostela volverá a ser este domingo de Santiago
ese péndulo del reloj que cuelga oscilante del sol desde para marcar la hora de
los hombres que aún tienen fe en la fe de los hombres, es el tiempo domeñado
que duerme entre sábanas de nubes alimentando con su luz y su lluvia socarrona
los rosales de los vientos que nacen en cada rincón, ahí donde nos cobijamos a
la sombra de los suspiros cuando aprieta pero ahoga penas y apenados, ciudad
soñada como médula que hunde sus raíces en la Europa eterna y brota verde y
siempre fértil frutos de piedra y corazones de azabache, espiritualidad de
Compostela universal e infinito remedio antaño como hoy de mentes mustias
enfermas de estrechura, campo de estrellas segado a ras del cielo que
aromatizan cada noche los sueños de toda una humanidad, patrimonio de Santiago,
que se empadrona aquí entre líquenes y abrazos, reino de sí misma y camino que
conduce a todos los caminos, ciudad radiante e itinerario de las almas será
siempre espejo donde los hombres se ven reflejados a sí mismos en el silencio
de lo que son, caminos y vidas escritas en tinta de lágrimas, anhelo de quienes
dejaron de anhelar para descubrir que
cualquiera que haya vivido en Santiago nuca
volverá a ser cualquiera.
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