lunes, 19 de enero de 2015

Los sueños de la razón en Compostela producen Fernández Castiñeiras


Por Ana Ulla

Los sueños de la razón en Compostela producen Fernández Castiñeiras. Lo sabemos el triste día en que la ciudad melancólica  se sienta en el banquillo de los acusadores para ser juzgada por un electricista remendón. Se acusa, a la ciudad, de estar cortocircuitada por sus complejos. En su defensa, el oprobio por la desaparición de un libro ignorado, carne ilustrada de hortera ruso valga la redundancia, con agravante de vulgaridad. Conocido el autor del robo, Santiago se vio ante su espejo prístina, auténtica. No le dolió el robo, sino el ladrón. Nadie podía permitir que un señor bajito, remolón, de aspecto huraño y sin clase se burlase de ella. Un robo sin glamur. La ciudad se miró en el espejo de Castiñeiras y se reconoció como lo que es al verse desnuda, vislumbró horrorizada su alma torpe y rancia, que huele a tomillo y humedad. No, imposible admitirse en ese hombrecillo oscuro y trapalleiro, falso, que no mira a los ojos. Compostela se miró al espejo y, al descubrirse en el ladrón, calló su horror.

 Como un holocausto, un sacrificio redentor el electricista fue tomado entre sornas y exhibido como animal de circo en salas de vistas de justicias ciegas, la tribu exigía reparación, venganza para el único dios verdadero que es ella misma, el ladrón fue apaleado y sus desdichas escritas con hiel en novelas que nacieron para eterna vergüenza de autor y claque. El escarnio, la muerte civil se cebó para lavar la ofensa de semejante pequeñez moral, la baba de quienes han pedido su cabeza hueca en bandeja maciza de plata debía lavar las manchas que la hipocresía dejan en las togas ciudadanas de los bienpensantes los juicios morales, el sacrificio debe continuar, que no quede rastro ni huella de aquel que ha representado el alma de una ciudad que se esconde tras sus disfraces. No, jamás consentir que alguien como ‘nosotros’ nos recuerde cómo somos, alguien que no es de “los nuestros”, alguien que no es elegante ni podríamos invitar a un club náutico. Su memoria debe desaparecer, su recuerdo como evocación de nuestros orígenes debe ser borrado de la faz y del envés de esta tierra santa, olvidar, que nunca se sepa que no se está juzgando a un hombre sino a un carácter.


 Fernández Castiñeiras arderá en el altar de los prohombres, de los justos, de los tibios, y el humo de su sacrificio inundará los cielos grises de los buenos de Compostela. Hoy se juzgan las pesadillas de Santiago, sus miedos, sus complejos y la vergüenza de sí misma por verse obligada a dictarse cada día sentencia absolutoria cuando, por fin, va a tener un juicio con el que justificarse. Es el tiempo de las leyes de los hombres, pero también esta vez llegan tarde. La tribu exigía un sacrificio para esconderse detrás de su humo. Ya lo tiene.

Ana Ulla: lampreasyboquerones@gmail.com

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