Por Ana Ulla
Desde que Martiño Noriega afirmó que “la política es como el
amor”, somos sus más rendidas admiradoras…al menos mientras no diga que el amor
es como la política, claro. Por eso no nos sustraemos al placer de leerle aunque sea siempre con la precaución de mirar antes la fecha de cada artículo
para saber a qué partido pertenece en cada momento. Y es que dicen que Martiño anda
profundamente sorprendido por las reacciones que se han sucedido tras anunciar
que no asistirá a la próxima Ofrenda de Galicia al Santísimo Sacramento. Sorprendido,
cuentan, porque tal noticia no solo ha suscitado la mayor de las indiferencias
en la calle, sino toda una colección de bostezos entre los no lectores de Praza
con la que no contaba. Lo que Noriega pretende, según afirma, es que el concello
sea una institución laica, y por eso no asiste. Como si a alguien le importara que vaya o no.
Y tan desconcertado se siente que no
deja pasar un día sin recordarnos que no irá, que él es un laico de los
pies a la gorra y, por tanto, que lo suyo debemos entenderlo como un acto de
rebeldía. Pues muy bien, pero tanta insistencia en que lo sepamos está más
próxima a lo patológico que a lo político. Pues que no vaya, pero que deje de
dar la matraca con lo laico que es, que no le importa a nadie.
Martiño tiene miedo de ir. Puede que por perder cuatro votos. Puede que porque le tachen de quién sabe qué, o a cotaminarse con el incieso. Duda tanto de sus convicciones que no tiene el valor suficiente para ir y decir "aquí estoy, no me importa estar". Pero tiene miedo. Por eso se excusa en la laicidad, porque no cree en sus convicciones, no cree que sean tan fuertes como para superar la prueba de asistir a un acto religioso. Tiene miedo. Pobriño....¿Alguien se imagina al arzobispo rechazando una invitación para ir al concello porque es un lugar político o civil?
Porque como acto de rebeldía parece más bien sacado de un
capítulo de “Cuéntame” que de los días que corren, y como gesto de laicidad
militante roza lo infantil. A Martiño se le supone una formación y unos
conocimientos porque llegó a acabar sus estudios de medicina, pero aún debe
demostrar por qué lo hizo. Porque o juega al despiste, o no sabe lo que es ser laico ni sabe que en esos actos religiosos lo que se hace es invitar a las autoridades
civiles precisamente como gesto de reconocimiento expreso de la separación de
ámbitos entre lo religioso y lo institucional. Luego se va o no se va por mil
motivos, desde la mera cortesía hasta el oportunismo político. Pero sobre todo
parece ignorar nuestro Martiño que la inmensa mayoría de los creyentes nos
sentimos aliviados cuando las autoridades civiles deciden no acudir a tales eventos, ya que con demasiada frecuencia su presencia es capaz de causar un daño a la Iglesia tan grande que después resulta difícil de digerir.
Sea como fuere, para entramar una justificación que nadie le
ha pedido porque a nadie le importa y que tal vez por eso se publica en Praza, Martiño
echa mano de dos argumentos de manual. Primero, que a esos actos ya no se iba
en la Segunda República, ignorando que no fue ese período el más dañino para la
Iglesia sino paradójicamente el posterior, el franquismo, cuando se pretendió
que la Iglesia formase parte del aparato del Estado, una situación antinatural
y aberrante que hizo más daño que todas las iglesias quemadas y curas fusilados
juntos al estilo del IS (¡oh!) El segundo argumento de primaria es resaltar la
separación entre Iglesia y Estado que impone la Constitución, que esta vez sí
hay que obedecer, en su artículo 16.3, obviando como político de casta el
segundo párrafo de ese artículo, el que impone expresamente la obligación de
las administraciones públicas de colaborar con, literalmente, la Iglesia
Católica y las demás confesiones y tal. Aunque esto sea otra historia,
naturalmente...
En eso consiste su laicismo, según nuestro admirado “Teócrata”. Y nos parece muy bien, o muy mal, que poco
importa porque es lo mismo que no decir nada. Que un concello deba ser laico no
es logro suyo, sino de la Constitución. Así que muy bien si va a actos religiosos, y muy bien si deja
de hacerlo, que ni en uno u otro caso el concello será más o menos
laico. Y que no se preocupe nuestro Martiño si nadie le solicita que acuda
cuando lo del Apóstol para pedirle que acabe con el paro o con las garrapatas. No es el primero que se
niega ni será el último, y así debe ser cuando se actúa con integridad. Que pedirle
cosas al Apóstol puede ser peligroso, no vaya a ser que también el Apóstol le dé
por pedirle cosas al oído al alcalde y se monte un follón. Así que mejor no ir. Por si los acasos.
De manera que en esas estamos, preguntándonos que si el ir o
no hacerlo no dejaría de ser un mero gesto simbólico, porque Jorge Duarte dijo hace
unos días en televisión que los gestos simbólicos son muy importantes para la
gente, poniendo como ejemplo lo de la declaración de Compostela como ciudad
libre de desahucios, algo que no tiene aplicación, dijo, pero al no tener coste
a la gente le gusta oírlo. Y es que se oye cada cosa....
Así que, señor Martiño, siga hablándonos acerca del amor y deje para otro momento sus traumas freudianos. Gracias.
Así que, señor Martiño, siga hablándonos acerca del amor y deje para otro momento sus traumas freudianos. Gracias.
Ana Ulla: lampreasyboquerones@gmail.com
2 comentarios:
Menuda bazofia
Parece que xa están por aquí os "censores" da tolerancia
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